viernes, 25 de mayo de 2018

El yamur de la Giralda


Seguramente, algunos habréis estado en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla, conocido por FIBES (Feria Iberoamericana de Sevilla), o por lo menos os suena de algo. No voy a hablar de él porque no toca, solo de su cúpula central y las bolas que tiene en todo los alto. Os paso una foto hecha desde lejos con el teléfono. A lo mejor no ha salido muy bien pero si tuviera una réflex con un objetivo de 70-300 mm, por ejemplo, la cosa cambiaria. De momento me apaño con el móvil.



Y esas bolas ¿Qué son? Y ¿Qué representan? Pues nada, a contar una historia de las mías y encima real. Las bolas, esferas o manzanas, representa el antiguo yamur de la Giralda, tal como suena. Y ¿Qué era el yamur de la Giralda? Una pequeña narración.

La torre campanario de la Catedral hispalense era, originalmente, el alminar de la mezquita principal de Isbiliyya, que es como llamaban a Sevilla en tiempos de los almohades. El alminar servía, entre otras cosas, para que el almuédano o almuecín llamara a la oración a los fieles de la época. Más o menos decía a voces: ¡a mirar a la Meca y a rezar! ¡Que es la hora!

La mando construir el califa Abu Yaqub Yusuf y la empezó el alarife Ahmad ben Basso. Lo continuó otro arquitecto, Ali Al-Gomari y también participó, más tarde, Abu-I-Layz. Bueno, muchos años se tardó en construir, pero al final se terminó, tampoco es cuestión de explayarme mucho. Ahora una imagen prestada de interné.



¿Veis la imagen de la izquierda? ¿Las bolas de arriba? Eso era el yamur que coronaba la torre. En un terremoto acaecido allá por el año 1365 se fueron a tomar viento las bolas y la “turri fortissima” se quedó un poco mocha. Pero nada, que llegó el cordobés Hernán Ruiz, en el siglo XVI, y le hizo el remate con que la vemos hoy en día.

Y ahora, curiosidades:

Como bien sabéis, en todo lo alto se encuentra El Giraldillo, una figura metálica que se supone representa la Fe y sirve como veleta y pararrayos. Es fácil adivinar que  Giralda viene de Giraldillo. Somos originales ¿a qué si? Y Giraldillo, que gira, es sinónimo de veleta. Y pesa un taco, mil doscientos kilos.

Para subir no hay escalones, treinta y cinco rampas nos ayudan a que sea llevadera su ascensión. Esto es porque el califa Abu Yaqub Yusuf quiso poder subir montado en su caballo a lo más alto. Caprichoso o que andaba regular con la artrosis, quién sabe.

A pesar de tener una altura de 104 metros, los cimientos están metidos en el suelo sevillano unos ocho metros. ¡Qué bueno eran los albañiles de aquella época!

Hay muchas réplicas por el mundo, pero la más parecida, y en la que se inspiraron, es la Kutubia de Marrakesh.

Y desde arriba del todo se ve una de las mejores vista de Sevilla, eso me han dicho, porque yo nunca he subido a la Giralda, como buen sevillano. Ya lo sé, suena raro y encima cuando por ser residente en la Diócesis de Sevilla, me sale gratis. Prometo que en los próximos días me pego una escapada en el bus y me encaramo al campanario para hacer unas cuantas fotitos con mi teléfono, no tengo más remedio.

Pero vamos, que yo quería contar lo de las bolas del Palacio de Exposiciones y Congresos, lo del pequeño homenaje al yamur de la Giralda, y poca cosa más.

¡Ah! se me olvidaba, la Giralda es una Torre, lo que hay en París es un andamio.



martes, 22 de mayo de 2018

Salidas extraordinarias, o no, que también puede ser.



Resulta, que un servidor, como buen sevillano, de adopción pero buen sevillano, cada Semana Santa hago una entrada sobre la semana grande de esta vuestra ciudad. Siempre intento reflejar mis vivencias en cuestiones cofrades dentro de mi medioagnosticismo. Lo he vivido desde chiquitito y de grandecito. De eso se ha encargado mi señora esposa que es tela de entendida en la materia, pero tela tela. Y disfruta mucho de esos días. Yo, bueno, yo la acompaño, vamos a dejarlo ahí. Pero la Semana Santa sevillana es mucho más de lo que se ve por la tele. Dura 365 días, aunque parezca mentira. Las reglas de las hermandades, entre otras normas de obligado cumplimiento entre los hermanos, recogen por el ejemplo, ayudar a los necesitados, a los enfermos, a las personas mayores, a personas en peligro de exclusión, a niños vulnerables y un largo etcétera. Esta labor pasa inadvertida, pero es una realidad y sus frutos, la mayoría de las veces en silencio y lejos de los grandes medios de comunicación.

Vale, ya me estoy enrollando. Resulta que ustedes no habéis podido venir esos días grandes porque ¿trabajasteis en el turno de noche igual que yo? No pasa nada. ¿Qué estabais en la playa? No pasa nada. ¿Qué teníais otros planes? No pasa nada. ¿Qué andabais cortito de money en esa fecha? No pasa nada. ¿Qué os perdisteis los nosecuantos pasos con sus nazarenos, acompañantes, acólitos, penitentes, bandas de música y demás cortejos? No pasa nada, ¡Ah! ¿Qué pensabais venir un fin de semana normal? No pasa nada, para eso está Sevilla,  para que tengáis  la oportunidad de ver una cofradía por la calle.

Tal como suena. Resulta que no hay un fin de semana que no tengamos una procesión por nuestra calles. Donde menos te lo esperes, de sopetón. Y nada de Cruces de Mayo, que para eso estamos en el mes de las flores, no,  multitud de motivos, rogativas o cualquier cuestión que se nos ocurra, pero el caso es que no hay fin de semana que no tengamos una procesión. Eso si, todas las salidas extraordinarias están convenientemente autorizadas por las autoridades eclesiásticas sitas en el Palacio Arzobispal.  ¿Qué somos jartibles lo sevillanos? Somos lo siguiente. ¡Y qué nos gusta una banda de música tocando marchas procesionales!.

Bueno, pero también nos reímos de nosotros. Y nos justificamos para sacar un paso a la calle. Y las escusas son…

Nada, como muestra un video de “El Palermasso” una webserie del actor Antonio Garrido, que es un capillita de pro pero que sabe darle ese puntito de humor a la Semana Santa. Porque los sevillanos, los buenos sevillanos, sabemos reírnos de nosotros mismo, si no cualquiera nos aguantaría. Aquí va el video:
  


Otra cosa, he calculado el turno que me toca la Semana Santa de 2019 y, para variar me toca de noche. Si es que no tengo arreglo.



viernes, 18 de mayo de 2018

Papas alioli



No hay buena bodeguita sin tapitas, eso dicén. Y esta no podía ser menos. Como a través de las ondas wifianas no puedo enviaros media ración, os paso gentilmente y gratis la receta de las afanadas papas alioli de la Bodeguita del Naranjito. Paciencia y a leer y ver la entrada completa que si no os lo perdéis y no cataréis uno de los manjares más exquisitos que se pueden degustar por la vieja Serva La Bari.  De camino intento meterme entre los influences con caché y miles de visitas y comentarios que, por cierto, me da igual, lo de influence, que los comentarios me gustan. Me pueden tachar de chapucero pero, ¿tu la has probado ni ná?

A continuación, para todos ustedes, la receta de este plato sabroso con que acompañar una buena caña de cervecita fresquita. Todo ello, como no, con el estilo personal de esta vuestra Bodeguita virtual.

Lo primero los ingredientes, tomen buena nota.

-1 bote de patatas parisinas del supermercao del barrio. ¿Por qué se les llaman parisinas si son de La Rinconada?

-1 bote (no hace falta echarlo entero) de ajo molido del supermercao del barrio también, él que está junto a los bomberos.

-1 bote (tampoco hay que echarlo entero) de perejil  molido también  del supermercao del barrio, o de la tienda de Celia, que está en la calle de atrás, o del Mercadona, lo que te coja más a mano

-1 bote de mayonesa (tiene que sobrar para los huevos rellenos).
Lo compras en el  súper de la esquina, en el barrio, claro, o en el pueblo, depende de donde vivas.

-Sal al gusto, pero de la gorda, nada de esa refinada que a saber lo que es. O sea, la de toda la vida.

  
Tengo que compra ajo molido

La sal está en el tarro con la tapa verd

Empezamos:

Echamos las patatas en un cacharro y le damos un hervor rapidito, ese hervor que le falta a mucha juventud de hoy.
Con el mismo líquido que viene en el bote nos vale, y un par de minutillos es suficiente.


Un pequeño hervor

Cuando estén medio frías, las cortamos a lo largo y a lo ancho. Esto significa longitudinal y trasversalmente.  


Recién cortadas

Siguiente paso.

En un mortero, que sea bonito y cuando tu parienta dice eso de "este lo friegas tu", echamos el perejil rayado, el ajo picado y una mijilla de agua. Las cantidades son a ojímetro, según el gusto de cada uno. No hay problema porque después se puede rectificar si no hemos quedado cortos.
Si os pasáis... toca aguantarse.

Listo para machacar

Seguimos:

En la fuente donde tenemos las patatitas ya cortadas,  echamos la rebujiña de ajo y  perejil y removemos bien.

 Remover la mezcla por toda la bandeja


A continuación echamos la mayonesa con gracia y cantidad.  Aprovechamos y añadimos la sal gordita sin pasarnos,  si hace falta, claro. Y a remover. Si vemos que nos falta mayonesa le echamos un poquito más. Esto me ha pasado a mí.
Probamos y le añadimos sal si lo consideramos oportuno, que a lo mejor no hace falta. 
Incluso se le puede echar más ajito, dependiendo del gusto.

Adornamos con un poquito de perejil pa que quede chulo y a disfrutar como si estuviéramos sentados en una terraza.

La caña de la derecha es decorativa

A mí me salen bien. De eso dan fe mi hijo y su novia que me dicen eso de que están como la de los bares.

Hay otra versión que es ir a la tienda, comprar un par de kilos de patatas nuevas de las blancas, las cueces durante veinte minutos, le metes el cuchillo a ver si están bien cocidas, las pelas, las cortas. Coges unos cuantos dientes de ajos, le quitas la piel y lo de dentro para que no se repitan, los picas mu chiquititos. Vuelves a la frutería, compras un kilo de plátanos, dos de mandarinas, un kiwi, un cartón de huevos y le pides un manojo de perejil que te lo dan gratis. Llegas a casa, deja la compra en la encimera de la cocina y te pones a picar el perejil. Lo mezclas todo con las patatas y te pones a hacer el alioli. Como a mí siempre se me corta la mayo, con el alioli casero ni me atrevo, ni con tanto follón de cocina.

Totá, que esta receta es simple pero el resultado es extraordinario y no es por echarme piropos, es que no tengo abuela.

Buen provecho y ya me contareis.




miércoles, 16 de mayo de 2018

La loc@ de las palomas



Yo vivo en una calle peatonal. Tienes sus ventajas y sus inconvenientes. Ventajas unas cuantas, aunque dejémoslas en relativa tranquilidad. ¿Inconvenientes? A ver, tengo que aparcar en el quinto pino, vale, con eso hago piernas. No hay comercios cerca, vale con eso hago piernas cuando mi señora esposa me manda a hacer los mandaos. Los vecinos con perros tienen un sitio tranquilito para que sus canes hagan sus deposiciones, vale, pero todos con sus bolsitas para recoger las correspondientes cacas. No hay bares ni cafeterías, ni ningún establecimiento hostelero de los miles que hay en Sevilla, vale, con eso no caigo en la tentación y me quedo en casa pasando la aspiradora. Hay un solo local, ¡un chino! Vale, si en tu calle no hay una tienda de chinos, ni tú tienes calle ni .

Pero sí hay una cosa que me preocupa un poquillo. Una bandada de palomas. A ver, yo soy medio animalista, pero estos animalitos son una plaga y encima están llenos de enfermedades. Me refiero a las palomas urbanas. No voy a hablar de cómo te ponen las ventanas y los coches, eso se quita limpiando, eso es otro tema. Tampoco voy a hablar de cómo se quita la plaga, de eso se tiene que encargar el departamento zoosanitario del ayuntamiento. Hay una cosa muy clara, si un animal no encuentra comida en un sitio, se busca otro y sacabó. Y aquí es donde empieza el tema. Al lío.

A las siete y media de la mañana ya quedaban pocas.


Llego a casa y, sin pensar, como de costumbre, digo eso de “seguro que hay una  loca que le hecha de comer a las palomas". Craso error por mi parte. Error y metedura de pata hasta más arriba de la ingle, porque mi hija estaba en casa.

-Ya estamos, ¿Por qué tiene que ser una “loca”? ¿No puede ser un “loco”? ¿Tú la has visto? Entonces ¿porque dices loca? Eso es lenguaje machista. Asignáis roles a situaciones cotidianas con una visión estereotipada de la sociedad. ¿No puede ser un tío de los muchos que hay que están aburridos y no saben qué hacer? Sé que estos animales son un problema, pero no les eches la culpa a las mujeres. Y como un día descubra quién les hecha de comer te vas a enterar. Y…

Más o menos esto fue lo que me dijo mi Pepito Grillo particular. Es un pequeño resumen, la bronca duró bastante. Seguramente estaba en un día de esos raros y complicados (ojú, esto último también suena machista).

Mi hija no es una activista ni mucho menos, pero le indignan las expresiones que utilizamos sin darnos cuenta, aunque estén fuera de contexto. A partir de entonces procuro medir mucho lo que digo, porque hay gente tan susceptibles que con cualquier expresión se siente ofendida y, la mayoría de las veces, con razón.  Que conste que no es el caso de mi hija, ella me conoce y sabe que siempre he defendido a la Mujer, Pero que cuidaito hay que tener últimamente con las palabras y el lenguaje.

He utilizado, en contra de mi voluntad, el símbolo arroba (@) en el título de la entrada para evitar suspicacias. Por cierto, ¿está admitida por RAE esta grafía? Y ¿en qué orden del alfabeto está situada? Menos mal que las palabras tienen género y no sexo que si no tendría que empezar otra vez a estudiar gramática, que la suspendí porque estaba con gripe.

Otra cosa, el otro día, llegando de trabajar a eso de las siete y veintitrés de la mañana, vi a la persona que alimenta a las palomitas. Y sí, era una mujer. Aunque yo tenía razón, ¡enseguia se lo cuento a mi hija!



sábado, 12 de mayo de 2018

San Pancracio



-Pero ¿Cómo quieres que te vaya bien el negocio? ¿Tú has visto el San Pancracio que tienes? Lo primero es que lo tienes escondido. Hay que ponerlo en alto, que se vea desde todo el local. ¿Detrás del monitor? ¿Al lado del ruter? Y esa cara, si en vez del Santo Patrón de la salud y el trabajo parece una geisha del país del sol naciente. ¿Y dónde está el perejil? Si eso es un resto de jaramago que ha traído el viento de levante. Y la moneda ¿cinco duros con agujerito? Y el tesafil  ¿pa que es? Esto ya es de un cutrerismo total. Después te quejaras que la gente no te entra en el local. Seguro que no te sabes la oración esa que dice: “Señor, Padre mío y lleno de bondad, me dirijo a Ti en este momento en busca de tu ayuda y guía divina para que pueda yo encontrar un empleo digno y adecuado según los dones con que me has capacitado”



-¡Mira! Déjame ya tranquila y pídeme lo que tu mujer te ha encargado que hoy vienes con ganas de guasita. El San Pancracio me lo han regalado, que si lo compras o chorizeas no  surte efecto. El perejil no tengo tiempo de acercarme a la frutería para que me den un manojito fresco. Los cinco duros los tengo puesto con tesafil porque se caen y encima la gente se lo llevan por la cara, con alevosía y disimulo. ¿Qué si le rezo para pedir trabajo? Me lo estoy currando yo solita, que después de cuatro años de carrera de enfermería ahora empiezo el EIR. ¿Tú sabes lo que es estudiar y trabajar al mismo tiempo en la tienda? Para santos estoy yo. Y no me quejo de la gente que entra en el local, me quejo del poco tiempo que tengo para mí. Que  la tienda de mis padres va bien, con la ayuda de mi hermana y la mía. Venga, a ver qué quieres, que tienes cuatro personas detrás esperando que pidas. Otra cosa, a tu mujer le voy a regalar una figurita de San Judas Tadeo, el patrón de los casos imposibles, porque eso es lo que tiene tu mujer contigo, un caso imposible.


Hecho acaecido en una tienda de mi barrio, tal día como hoy, festividad de San Pancracio.



miércoles, 9 de mayo de 2018

Aquiles y los mirmidones



El grupo  de mirmidones llegó cuando el Sol empezaba a terminar su periplo y se ocultaba tras las suaves colinas de poniente. Descabalgados de sus monturas, que por fin descansaban de la dura jornada de correrías, se sentaron en la escalinata del templo y prestos, desabrocharon los barbuquejos de sus cascos plateados que depositaron junto a ellos.  Se secaron el sudor de la frente con sus quitones oscuros y estiraron las piernas ocupando los pocos escalones que daban acceso al templo.

Sacaron de sus zurrones los brebajes que habían dejado sin tomar durante el día y, poco a poco, gracias al efecto de la espiritualidad de las bebidas, sus conversaciones pasaron de recodar sus últimas correrías a alabar los logros de su admirado líder, el joven, aguerrido y rubio Aquiles, al que esperaban con ansias.

Cuando la Luna comenzó a despuntar por las copas de los árboles llegó su líder. En esta ocasión venía acompañado de una princesa troyana vestida con un cortísimo peplo de color azul que dejaba al aire el tatuaje tribal que marcaba su espalda. Aquiles saludó a sus adeptos estrechando las manos y juntando su hombro derecho contra los homónimos de cada uno de ellos. La princesa troyana le dio a cada uno un casto beso en las mejillas y acepto un trago de la bebida que le ofreció el más jovén de los aguerridos mirmidones.

Acobijados bajo el peristilo de la edificación, y ocupando toda la entrada a la cella, comenzaron con sus historias, alzando la voz cada vez más fuerte. Todo giraba en torno a su paladín y el conflicto paterno que mantenía con Peleo, su progenitor. Este, día atrás, le había confiscado su caballo, su amado caballo, después que los soldados  de la polis le avisara de los abusos que hacía el joven Aquiles con su cabalgadura,  amparado en su leyenda personal y su holganza guerrera.

Cuando la diosa Selene ya resplandecía con todo su esplendor en lo alto de la bóveda celeste, desde lo alto de frontis se oyó la voz de una de las guardianas del templo, la abuela Remedios:


-¡Oye! ¡Ya está bien! ¿No? ¿Es que no hay otro portal en la calle? ¿Por qué no os vais a vuestra casa a dar porculo? Que la gente queremos descansar. Y tú, rubio, que ya nos hemos enterado que tu padre te ha castigado sin moto. Antes lo tendría que haber hecho. Y las motos las quitáis de la entrada ¡coño! Y tú, niña, como mañana vea a tu madre se va a enterar, que la conozco. Venga, iros a otro portal a dar porsaco y las latas vacías del redbul las tiráis a la papelera que mañana las tenemos que recoger nosotras.

Entrada sin mirmidones, sin Aquiles y sin princesas troyanas





domingo, 6 de mayo de 2018

Poner la lavadora



Llego a casa después de una ardua jornada de trabajo (¡qué ganas tenia de colar esta expresión!) y mi esposa me pregunta muy amablemente eso de… ¿Qué tal hoy?

-Bien –contesto yo con pose y ganas de fardar- nada del otro mundo. Hoy nos han estado formando en el manejo de los robots colaborativos.

-Muchos robots colaborativos pero en casa no eres capaz de poner una lavadora- apostilló mi hija con cara de cachondeito.

-Oye princesa, que yo no lo hago porque no se ha terciado. Que sepas que cojo las instrucciones, me las empapo y me convierto en el número uno lavanderil. Cuando quieras te lo demuestro.

Le faltó tiempo a mi hija para rebuscar en el cajón donde se guardan todos los libros de instrucciones que se leen una vez y no más Santo Tomas, para buscar el referente al electrodoméstico en cuestión y con un ¡Venga! ¡A ver si eres capaz! me desafió.

-¿Qué si soy capaz? ¡Trae! Veras dentro de un par de días.

Dicho y hecho, me empapé de principio a fin el manual, hice mi esquema correspondiente, mis anotaciones, observaciones, resúmenes y algún que otro comentario. Todo ello a mano alzada como mandan los cánones, nada de powerpoints y cosas por el estilo. Po eso, que ya estoy preparado para la demostración:

Se puede ampliar


Días después, con mis instrucciones particulares, me dispuse a poner en funcionamiento el susodicho aparato.

-¿Qué haces?-me preguntó mi santa esposa con cara de "este la va a liar de nuevo". 

-¿Tú qué crees? ¡Poner la lavadora! –chuleé yo en plan macho alfa

-Anda trae y aprende. Metes la ropa, hechas aquí tapón y medio de jabón líquido para ropa de color. En este otro un tapón de suavizante de rosa mosqueta  que es el que toca esta semana. Eso lo sabrás distinguir ¿no? ¡Que son muchos años haciéndolos! Ahora sacas este botón lo giras hasta el número dos y le das a este interruptor. Cuando se pare la lavadora y se apaguen todas las luces ya está. Ya puesto, abres la puerta con cuidaito y sacas la ropa, coges las pinzas y al tendedero. Lo de planchar mejor lo dejas que te conozco. Mucho trabajar con autómatas  pero seguro que me quemas algo. Y no toque nada más, que la lavadora tiene muchas cosas electrónicas y al final lo de la obsolescencia programada que me explicaste la aceleras y te la cargas.

Que conste que ya estoy formado convenientemente. Que conste que he puesto todo mi empeño en adquirir los conocimientos necesarios para aplicarlos cuando sea preciso, es decir para un desavío. Que conste que estoy dispuesto a realizar la tarea designada cuando las altas esferas de mi casa lo estimen oportuno. ¿Vale? Ahora a esperar el día para demostrar mi sapiencia y habilidades. Ofú, en que líos me meto.




miércoles, 2 de mayo de 2018

La Tormenta

Foto procedente de Emergencias Sevilla


Resulta que tengo un amigo que es poeta y de los buenos. Aunque en su “vida normal” lejos de prosas, rimas, musas y otros elementos relacionados con la lírica, es todavía mejor persona que poeta. Bueno, tiene un defectillo casi perdonable, es sevillista. Pero eso es otro tema y como es “casi perdonable” po eso, que se lo perdono. Lo que nunca le perdonaré es que aunque me invitó a la presentación de su libro de poemas Piedra, papel y agua, en el Salón de los Cristales del Casino de la Exposición de Sevilla,  se le "olvidó" invitarme a la presentación que hizo de un poemario erótico, de una conocida y buena escritora, en ¡un sex-shop! Eso no te lo perdono Luismi, eso no.

¿Me estoy enrollando un poco? Vale, al grano. Hace unos días publicó en las redes sociales un texto lleno de añoranza e inspiración, como todo lo que escribe. Corto y pego desde su feisbu:


“Cuando anoche temblaban los cristales, yo viajaba con cada trueno a la infancia. Cada tormenta es como volver a aquel lugar donde mi madre apagaba el televisor, cerraba las persianas y rezaba para que la tempestad acabara pronto. Mi hermana y yo contábamos los segundos que transcurrían entre el rayo y el trueno para adivinar la distancia. Mi padre era más sosegado, se ponía el pijama y se acostaba a escuchar la radio sabiendo que nada ocurriría en nuestra casa.
Las tardes, las noches de tormenta, parecen el fin del mundo, el Apocalipsis, el ocaso, pero no son más que versos que escribe el aire o el tiempo; son recuerdos que nos persiguen (nos perseguirán), son momentos donde uno sabe de verdad lo que es el azar, lo que la vida tiene.”    (Luis Miguel León)


Este texto te hace reflexionar, te devuelve a la infancia. Aquellos días en que todo era magia, descubrimiento, aventuras e incluso miedo. Y reflexionas sobre las etapas de la vida.

 La infancia, cuando te sentías protegido en brazos de tu madre a pesar del ruido de los truenos y la luz de los rayos que traspasaban las paredes.

La juventud, cuando disfrutabas con tus colegas de aventuras: ¡Illo illo! ¡Qué chulo! ¡Ese sí que ha caído cerca! ¡ira ira, otro! ¡Que guapo!

La madurez, cuando te levantas a las cinco y cuarto de la mañana para ir a trabajar. Te acercas al coche, te lo encuentras lleno de hojas de los árboles que los rayos y centellas de la tormentita de las narices han depositado cariñosamente en los cristales y te pasas un buen rato, bajo la lluvia, intentando quitarlas.

La madurez, cuando por fin coges el coche,  te vas a incorporar a la autovía y te encuentras con los semáforos apagados porque los rayos y centellas de la tormentita de las narices han caído, precisamente, en la subestación eléctrica que  alimenta de energía los reguladores del tráfico mañanero. Y encima la gente no se acuerda como se circula en un cruce sin semáforos.

La madurez, cuando tardas cuarenta minutos en hacer  un recorrido que normalmente lo haces en diez, porque a otros conductores les ha pasado lo mismo que a ti, por culpa de los rayos y centellas de la tormentita de las narices.

La madurez, cuando coges el paso subterráneo para acceder al polígono donde está tu lugar de trabajo y te lo encuentras con una cuarta de agua por culpa de los rayos y centellas de la tormentita de las narices y los granizos acompañantes.

La madurez, cuando llegas el último a los vestuarios, con el tiempo justo por culpa de los rayos y centellas de la tormentita de las narices, y te toca a ti pagar el café a los compañeros.

La madurez, cuando reflexionas y dices eso de:

Ya no hay tormentas como las de antes.