sábado, 30 de mayo de 2020

Un café matutino



Ocho de la mañana, con la fresquita, casi solo por la calle me encamino a mi paseíto matutino por el parque. , seis kilómetros entre ida y vuelta que tampoco se trata de prepararme la maratón del 2021. Y antes de entrar en el parque me paro a tomarme un colacado fresquito guardando las medidas de distancia recomendadas por las autoridades. Yo solito en una mesa en contra de mi voluntad porque me gusta desayunar de pie, por costumbres laborales, y en la otra mesa, la única que quedaba, un señor degustando media con aceite y jamón. Llega un tercero y le indica el distinguido camarero que si quiere consumir tiene que sentar, que la legislación actual le permite compartir mesa con otra persona. El señor de la media con aceite y jamón le hace señas para que se siente junto a él, cosa que hace raudo y veloz. Y esta es la conversación que escuché entre mis dos convecinos de cafetería.

—¡Hola! ¿Qué pasa? —dijo el recién llegado.

—Hola, me alegro de verte  —le contestó el otro saludándolo con el codo.

—Pues nada, aquí desayunando que ahora voy a trabajar. Y ¿la familia?

—Bien, en casa desde que empezó todo esto. ¿Y ustedes?

—Igual, confinados, pero bien.

En este momento se hizo un silencio y se quedaron mirándose fijamente. Uno de ellos se atrevió a hablar.

—Me vas a perdonar pero no hago más que darle vueltas a la cabeza y no caigo de que te conozco.

—A mí me pasa lo mismo, no sé de que te conozco si es que te conozco. 

—¿Ahora qué hacemos?

Y después de pensarlo unos segundos…

—¿Qué te parece si cada uno se paga lo suyo y seguimos como siempre?

—No se hable más.

Nada, yo al parque y ellos siguieron sus caminos pensando eso de “seguro que lo conozco, pero ¿de qué?

 

Foto  Diario de Sevilla

 



miércoles, 27 de mayo de 2020

Un huerto



Pues nada, que estoy por aquí de nuevo. Me había envalao contando historias y he tenido que parar una jartá de días. Pero sin problemas, es que he estado embarcado en un proyecto de un amigo y le he tenido que dedicar más horas de la cuenta. Desde casa, pero un montón de horas, más de las que me hubiera gustado. Pero por un amigo lo que haga falta. Vale, un poquito de procrastinación, también le he echado a la Bodeguita.

El confinamiento de momento bien. De hecho esta semana, aprovechando la fase en la que estamos en Sevilla,  he salido todos los días desde el lunes. Y he salido a andar y pasear ligerito sin pasarme con la velocidad de mis pasos. Tampoco es cuestión de venirse arriba teniendo en cuenta que no hago deporte desde que Lopera era presidente del Betis. Pero todo se andará, la semana que viene mis paseos de seis kilómetros serán corriendo.

Y que mejor sitio para estirar las piernas y mover el corazón que el Parque Miraflores, que lo tengo al laito de casa. 

Este parque se consiguió gracias a la implicación que realizaron los vecinos de los barrios colindantes ante el ayuntamiento sevillano. Aunque estaba proyectado desde los años sesenta, el lugar era un vertedero donde se depositaban todos los escombros de las obras de construcción de los barrios que lo bordeaban. Pero a base de lucha, peticiones y ser lo más pesado del mundo, los vecinos, al final de los ochenta, vieron por fin el fruto de tantos años de reivindicaciones.

No me voy a enrollar que si no esto es muy pesado, el caso es que una de las particularidades que tiene son los huertos. Los Huertos Escolares y los Huertos de Ocio.

De los Huertos Escolares en otro momento, hoy toca los de Ocio. A ver, te apuntas en la asociación de vecinos, te esperas a que haya plazas vacantes, se sortea, te toca y a sembrar. Bueno, a sembrar solo no, que un huerto tiene mucho trabajo. Y sus normas, claro. Agricultura ecológica, no puedes construir nada solo un pequeño cubículo para guardar los aperos, no puedes comercializar los productos y poco más.

A mí me gusta pasear entre las parcelas. Oler la naturaleza, los tomates, los pepinos, las berenjenas, los pimientos, el romero, la albahaca. Pero tempranito, a eso de las ocho y media de la mañana que más tarde pega el Lorenzo fuerte y hace mucha caló.

Hoy, en mi paseo matutino, me he encontrado con mi amigo el cabesa. Todos tenemos un amigo que se llama cabesa, pero que tenga un huerto, poquitos. Orgulloso me ha enseñado el suyo. Lleva tres días sin parar, después de dos meses sin pisarlo estaba para echarse a llorar. Lleno de yerbajos y lo sembrado medio seco por falta de riego. Pero ya lo está sacando adelante con mucho trabajito. Los tomates están empezando a crecer. Las lechugas chuchurrias pero cree que las salvará. Los pimientos todavía no han salido, ni las calabazas que todavía no es época. Y así casi todo lo cultivado.

Bueno, las berenjenas  muy grandes y con buena pinta. Y como resulta que por casualidad yo cada vez que salgo a pasear llevo una bolsa de rafia de esas de ir al supermercado, pues nada, que han caído cuatro que no veas lo contenta que se ha puesto mi mujer. Ya tiene la cena decidida.

Un par de fotos para hacer esto ameno.

 




Mañana no, pero el viernes cuento lo que me pasó tomando café el otro día después del paseíto. Sí, café, nada de cervecita, eso para más adelante que la cosa no está clara.



sábado, 16 de mayo de 2020

El rollo de papel higiénico



Antes de nada, esto no es una reviú de esas, ni una reseña, ni publicidad ¿vale? Lo que pasa es que desde que empezamos con esto de la pandemia, del virus, del confinamiento y todo lo demás, nunca he hablado de la fijación que nos dio por atiborrarnos de papel higiénico. Y hoy, después de más de sesenta días,  toca.

Lo primero una foto hecha, como no podía ser de otra forma, con el teléfono, nuevo, pero con el teléfono.



A ver, a la derecha él de toda la vida, suave al tacto, blanco y con su canuto de cartón en el interior para poder colocarlo en el portarrollos modelo Björmunjeissert o él que tengáis colocado junto al trono. A la izquierda, eso, un rollo moderno.

Resulta que ayer, mi santa y sufridora esposa, salió con su adorable hija y mía, a hacer la compra para toda la semana. Muy previsoras ambas dos, cada una a un establecimiento y rapidito para casa. Lo de salir poco o lo están cumpliendo a rajatabla. Además para eso estoy yo, para los desavios, para salir a por las cosas que  han olvidado o no encuentran.

Cuando veo eso, lo de la izquierda, me falta tiempo para intentar chincharlas (ojo, chinchar de molestar, que en Puerto Rico significa otra cosa) y hacerles la puñeta un ratito sin pasarme porque siempre salgo perdiendo.

—¿No os habéis dado cuenta que estos rollos vienen defectuosos? ¿Por dónde meto el eje del portarrollos? ¿Dónde lo habéis comprado? ¿En él chino? ¿Por lo menos tendréis el ticket para descambiarlo? ¿No?

Pa que se me ocurrió decir nada. Vaya la que me dieron ambas dos. Antiguo, obsoleto, arcaico, viejo, anticuado, esto fue lo más bonito que me cayó. Entremedio también metieron torpe y encima me lo demostraron.

—Papá eres tonto (¡mira, lo de pendejo te persigue!). Con mucho cuidaito empujas el interior y sacas esto, ¿lo ves? Lo puedes llevar en el bolso, al gimnasio, de viaje, de camping, en el coche, en el autobús, en el avión, para el colegio, en la discoteca. Además viene precortado cada diez centímetros y con un suave perfume.

Esta también es del móvil. No tengo reflex aún


Seré antiguo, obsoleto, arcaico, viejo, anticuado, pero donde se ponga un rollo de papel higiénico como los de antes, con su canuto, que se quiten los nuevos. Además, como siempre me toca a mí cambiarlo y ando fatal de tiempo, no me entretengo en sacar el rollo portátil, lo dejo sin poner y ya se encargaran ellas, con el consabido rapapolvo hacia mi persona.

Y digo yo, ¿lo próximo que va a ser? ¿un rollo de papel de cocina que el canuto sea sustituido por un minirollo de servilletas? Seguro, tiempo al tiempo.



jueves, 14 de mayo de 2020

Pendejo




Me gusta contestar los comentarios que los sufridos seguidores y seguidoras de esta Bodeguita tienen a bien dejar de vez en cuando. Resulta que revisando dichos comentarios me encontré con uno pendiente del pasado día 4 de Mayo. Lo dejó un tal Anónimo en la entrada que dediqué a la no celebrada Feria de Abril sevillana. Escueto comentario de una sola palabra:

Pendejo.

Bueno, vale, a ver si de una vez por toda me entero lo que significa de verdad esta palabra utilizada por millones de personas en diversos países. Lo primero que hago es consultar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua a ver qué dice al respecto. De dicha consulta, on lain me entero que pendejo es:

1. Tonto, estúpido.- 2. Cobarde, pusilánime.- 3. De vida irregular y desordenada.- 4. Astuto y taimado.- 5. Muchacho, adolescente.- 6. Pelo que nace en el pubis y en las ingles.- 7. And. Muérdago.- 8. And. Especie de calabaza.

Acto seguido cogí, de manera física, el Diccionario Panhispánico de Dudas y rebusqué por el apartado de la letra “P”. Pero como resulta que en este librito de 850 páginas no aparece la susodicha palabra, pongo a mis neuronas a trabajar un poquito y al final de un buen rato, llego a una serie de conclusiones y reflexiones.



Obviando la acepción 6 y dejando a un lado el origen del latín (pectinicŭlus), mi neurona buena me dice que:

1.      Lo justito para el día a día pero sin pasarme. Estúpido era antes, ahora ya no.
2.      ¿Cobarde? ¡Sujétame el cubata! Además tengo mucho ánimo y él valor se me supone (lo dice la cartilla de la mili)
3.      Mi vida es regular pero tirando a bien y desordenado no soy, sé en qué montón de papeles pongo la lista de las cosas que tengo pendiente.
4.      Tengo mi puntito de astucia, lo he demostrado muchas veces y hay gente que me dice eso de ¡no eres listo ni ná! Y un poquillo pícaro también soy, cuando quieras te lo demuestro.
5.      Bueno, a ver, no sé, lo de la adolescencia lo dejé hace tiempo, mucho tiempo, asi que nada de nada.
6.      Ya he dicho que esta acepción la dejo para otra ocasión.
7.      And es abreviatura de Andalucía y yo no he escuchado nunca a un andaluz decir que ha besado a su churri debajo del pendejo.
8.      Otra vez And. Que vale, que Andalucía es mu grande, 87.268 kilómetros cuadrados, nos baña el Mediterraneo y el Atlantico, tenemos desierto, nieve, costa tropical, el lugar más seco y el más lluvioso de Europa, agricultura, pesca, industria poquita pero algo tenemos y ocho millones y medios de habitantes y resulta que nunca hemos escuchado decir eso de “ponme cuarto y mitá de pendejo para el cocido”.

Bueno, querido anónimo, que al final no sé lo que quieres decirme con eso de pendejo, pero te agradezco que gastes un poquito de tu tiempo en leer mis torpes letras y que me comentes. Y para finalizar, es que alguna que otra vez me enrollo mucho, una curiosidad de lo que decimos por aquí y su traducción a la lengua de 577 millones de hispanohablantes para que aprendas algo hoy.

—Quillo ijoputa, ay que vé lo maqueao que ivas el lotro día con tu vieja. ¿Onde ivai? ¿anca er manué a tomaro un piquilabi? ¡que cabrón! Cuando te sarga de los güevos a vé si quedamo, so mamón, que está ma perdío quel barco el arró.

—Querido amigo, que elegante ibas el otro día con tu madre de camino al restaurante Don Manuel para tomaros unas tapitas. Que buena gente eres. Cuando puedas tengo ganas de que nos juntemos de nuevo para pasar esos buenos ratos porque hace mucho tiempo que no te veo.



lunes, 11 de mayo de 2020

Consecuencias de estar confinado.




, que pongo un circo y  a las jirafas se les inflaman los ganglios, seguro.  Ahora ya podemos salir con cierta normalidad a la calle a disfrutar de lo que cada uno disfrute. Por lo menos en Sevilla que hemos sabido engañar a las autoridades competentes o, más bien incompetentes, y estamos en la Fase namber güan.

Llevo una semana deseando poder salir a la calle sin ese sentimiento de culpabilidad que te eriza la piel como si estuvieras haciendo algo malo. Las pocas veces que he salido por causa mayor, o sea, a hacer los mandaos que me encarga mi querida esposa cuando ella no tiene ganas de salir, lo he hecho con todas las medidas de seguridad que aconsejan las autoridades sanitarias. Guantes de nitrilo, de los azules, mascarillas desechables de las que te las enganchas a las orejas y pareces el padrino de Dumbo y zapatitos ligeros para no entretenerte más de lo debido.

A partir de hoy ya cambia la cosa, o no, que también puede ser.

Resulta que llevo unos cuantos días con el índice de ácido úrico que tenemos que tener, elevado a los cirros, cirroestratos y cirrocúmulos. O sea, por las nubes. ¿Consecuencia? Po que tengo la rodilla derecha hinchada como una pelota de esas que nos llevamos a la playa para joder a los vecinos de toalla pero sin él color azul y las letras blancas.

¿Qué me siento? me duele y tengo que levantarme. ¿Qué me levanto? me duele y tengo que acostarme. ¿Qué me acuesto? Me duele y tengo que sentarme. Y así cuatro o cinco días. Si no me explico bien lo diré de otra manera: gota. Ahora se entiende ¿verdad? Vale, la gota la puede producir una ingesta exagerada de marisco, pero no es el caso. La última vez que comí gambas creo que fue o en navidad o en la Feria. En navidad fueron poquitas y en la Feria, bueno de Feria este año no hablamos. 

Pero hoy ya estoy bien, me siento y no me duele, me levanto y no me duele, me acuesto y me aburro y me voy a la calle. La gota ha durado el tiempo justo para permitirme recobrar la cotidianidad. Para permitirme disfrutar de la calle. Pero la calle no es la misma, hay, o al menos yo lo noto, algo extraño en el ambiente. No es la misma.

A ver, he salido para colaborar en las cuestiones de avituallamiento doméstico. He comprado cuatro kilos de patatas, cinco plátanos, tres cebollas, una lechuga y se me han olvidado los ajos. Salgo de la frutería y cojo el camino más corto para regresar a casa. Y aquí viene el problema, llego a casa.

¿Qué es lo que me pasa? ¿Cómo es que no tiro por la calle de la derecha y me encamino al punto de reunión habitual con colegas y foráneos? Hoy puedo hacerlo. Hoy puedo ir al bar habitual para, junto con el “cabesa”, el “canijo”, el “gordo” y el “litri” solucionar los problemas del mundo mientras degustamos una cervecita fresquita y un platito de chochos (altramuces, no pensar en otra cosa).

Pues no, aunque parezca mentira no se me ha ocurrido, ni me han entrado ganas, ni me apetecía, ni creo que sea oportuno. Tengo que estar fatal. Deseando encontrarme con la gente en una terracita, en una barra, bajo un toldo y no soy capaz de hacerlo.

Creo que necesito ayuda psicológica o psiquiátrica. Creo que no estoy bien del coco. ¿Cómo es que no me apetece pasar un ratito chiquitito en un bar? Esto debe ser una consecuencia del confinamiento. Pero ¿Cómo es posible que de un día para otro me encerré en casa sin problemas y ahora no soy capaz de salir? ¡A un bar! Yo que dice mi mujer que tengo que tener acciones en la Cruzcampo.

Espero que sea pasajero, que la Fase namber güan sea un calentamiento para la  namber tu. De momento me sigo quedando en casa hasta que me diagnostiquen que es lo que tengo. Mientras tanto el “cabeza”, el “canijo”, el “gordo” y el “litri” pueden ir solucionando los problemas sin mí.




Es verdad, la foto. No tiene nada que ver, es de una rana en el arroyo Tagarete, en el Parque Miraflores. Vale, que sí, que lo sé, que estoy fatal. Pero poco a poco, de aquí al verano, creo que me curaré y podré decir eso de:

Quillo, ponme una cervecita.



jueves, 7 de mayo de 2020

De personas cultas y reciclaje




Que la cultura está regular en estos días es bien sabido por todos. Cines, teatros, conciertos, exposiciones, librerías y un largo etcétera. Bueno, po de libros, reciclaje y personas cultas va esto.

Resulta que en mi barrio tenemos a nuestra disposición un Ecopunto. ¿Que qué es esto? Pues un lugar donde depositar una jartá de elementos para su posterior reciclaje.  Hace tiempo, y después de una ardua investigación por mi parte, escribí unas torpes letras detallando la utilidad de este equipamiento urbano que Lipasam, la empresa de limpieza pública del ayuntamiento sevillano, pone a disposición de todos los habitantes de la vieja Híspalis. Si queréis recordarlo o conocerlo, aquí pongo el enlace: aquí el enlace.



Vale, ¿ya?,  Enga, ahora lo de las personas cultas.

Como se puede apreciar en la foto (hecha con un teléfono, no tengo réflex todavía) en la parte de la izquierda, está la zona para el intercambio de libros. Los que ya no quieras, no te gusten, te estorban, sean un tostón o simplemente quieras desprenderte, los colocas en el estante y otra persona los recoge y disfruta de ellos. Antes de todo este follón que tenemos por lo de confinamiento, siempre había libros y revistas. De todos los gusto, desde como echar las cartas del tarot hasta tratados de filosofía. Y de revistas ni hablemos, científicas, de viajes, de cotilleos, de cotilleos e incluso de cotilleos.

Pero ahora la cosa ha cambiado. Con muy buen criterio han cerrado con unas cintas este cubículo para evitar posibles contagios. Y aquí viene lo de la cultura.

A ver, mentes cultivadas, si hay unas cintas para no pasar, no pases. Si hay unas cintas para no utilizar algo, no lo utilices. Esto es de persona culta.

Si tienes una licuadora que no funcione o un exprimidor de frutas del año la polca, o un cacharro que no sé lo que es, no lo dejes en el sitio de los libros. Hay otros lugares donde depositarlo. Esto es de persona culta.

Si hay un cartelito que dice que debido a la situación de emergencia, el punto de intercambio de libros está momentáneamente fuera de servicio, haz caso a la información. Esto es de persona culta aunque lo que vayas a tirar no sea un libro.

Y por último, que tengo cita con mi peluquero, lo otro que había es una mapa de las costas andaluzas. Pero ¿todavía hay gente que tienen mapas en papel? Eso sí que es de persona culta.



domingo, 3 de mayo de 2020

Dehesilla de Arriba y las normas



Basado, un poco, en hechos reales, lo juro.

Dehesilla de Arriba es un pueblo ejemplar. Situado sobre una loma, domina un fértil valle lleno de chopos, hayas, robles y castaños, bañados por un caudaloso río que nace en las cumbres cercanas. Una floreciente industria madera, una ganadería de ovejas, cabras, vacas, aves de corral y un incipiente turismo rural, son los recursos con los que cuentan sus habitantes. Viven tranquilos, con sus tiendas, sus bares, su centro de salud, sus colegios, su instituto de secundaria, su centro cultural, sus buenas carreteras y su clima serrano, suave en verano y soportable en invierno con agradables nevadas. Todo un paraíso  interior lejos de las grandes urbes.

Cinco mil un habitantes pueblan sus calles y plazas. Todos se conocen por sus nombres de pila o por sus motes heredados generación tras generación. Personas responsables, educadas, solidarios y conscientes. Desde que empezó todo esto de la pandemia han sabido encerrarse en sus acogedoras casas y cumplir con las disposiciones, órdenes, consejos y las normativas que dictan las autoridades pertinentes.

Más de cincuenta días confinados en sus hogares, sin salir nada más que lo imprescindible. Ni en las grandes y escasas nevadas invernales han estado encerrados tanto tiempo.  Por sus calles es el silencio quién campa a sus anchas. Ni la algarabía de los niños correteando por las empinadas calles, ni el murmullo de los mayores sentados bajo los pórticos de la Plaza Mayor jugando a la brisca o al dominó, ni él ronroneo de las parejas de jóvenes pelando la pava en los alféizares de las ventanas, nada perturba la cotidianidad impuesta por un virus venido de tierras lejas. Más de cincuenta días sin salir y cumpliendo a rajatabla las ordenanzas municipales. Más de cincuenta días sin contagios, sin patologías, sin infectados. Más de cincuenta días esperando un amanecer que los devuelva a su acostumbrada vida. Más de cincuenta días son muchos días.

Pero ha llegado el día. Por fin comienza la desescalada de esta cordada sin arnés. Las autoridades nacionales han anunciado las normas para poder volver a ser lo que éramos antes. Horarios para niños, para ancianos, para deportistas. Normas de obligado cumplimiento para todos. Y como deferencia, los pueblos de menos de cinco mil habitantes están exentos de cumplir con horarios y restricciones de reunión, de paseos, de salidas, de visitas a familiares y amigos. Pero Dehesilla de Arriba no cumple este último requisito.

Esto no es Dehesilla de Arriba, es él pueblo donde nací, El Pedroso y tiene 2020 habitantes.


Día uno de la Fase 0

El cabo González de la Guardia Civil recibió un mensaje a través de la emisora del coche patrulla. Debía dejar la vigilancia en el cruce de la carretera y dirigirse con urgencia hasta la fuente del Páramo del Abedul. Había aparecido un cadáver sin aparentes signos de violencia.

Mientras atravesaba el pueblo notó como la gente se asomaba a puertas y ventanas y lo seguían con  miradas cómplices. Al pasar por la Casa Consistorial observó como Agustín Rechatre, edil encargado del Registro Civil de Dehesilla de Arriba, le hacía señas para que parase el Nissan Patrol de la Benemérita.

—Por favor González, no tardes mucho con las diligencias que tengo que actualizar el padrón municipal y mandarlo al Instituto Nacional de Estadística para que sepan que somos cinco mil habitantes. Las normas están para cumplirlas.




viernes, 1 de mayo de 2020

Soy un incrédulo




Soy un incrédulo, no me creo na. Sera deformación profesional o quizá la sabiduría que te dan los años. Deformación profesional porque cuando mi jefe me dice eso de “eres el mejor, me gustaría tener muchos como tú”, al final me mete a trabajar el fin de semana y los compañeros que no son como yo, tranquilitos, de barbacoas y acordándose de mí. Que los años te dan sabiduría es algo que no hay que demostrar si has sabido aprender a analizar situaciones y sacar tus propias conclusiones. A ver cómo me explico. Un poco de símil cinematográfico:

Imagen de la red


Que a un astronauta se le escacharre la estación espacial y consigua ponerse el traje, llegar hasta un satélite, después a una vieja nave abandonada desde lo de Armstrong, Collins y Aldrin, meterse dentro y amerizar sano y salvo al laito de las Islas Vírgenes, me lo creo.

Que un nota con la cara pintada de azul y vestido con una faldita de cuadros, le eche una arenga a una jartá de barbudos vestidos igual que él, con faldita de cuadros, se pongan a gritar y se lancen colina abajo para liarse a guerrear, me lo creo. 

Que en una persecución el poli bueno se ponga a correr detrás del malo, se meta en un restaurante chino, llegue hasta la cocina sin que nadie lo pare, tire una olla con sopa de fideos y una bandeja de arroz tres delicias y  los chinorris lo único que hacen es poner cara de panolis, me lo creo.

Ahora

Que una pelirroja guapetona se lleve toda la película corriendo delante de tiranosauros y velocirraptores con zapatos de tacón, eso no me lo creo.    

Que un policía jubilado esté investigando un robo de documentos, encuentre un sótano abandonado, se meta escaleras abajo y encienda una linterna led última generación que llevaba en el bolsillo, eso no me lo creo.

Que un abogado defensor lleve a su defendido al juicio y aparque justo en la escalinata que hay en la puerta de entrada al Palacio de Justicia, eso no me lo creo.

Que una pareja se conozcan por casualidad un sábado por la noche, él la invite a cenar, la lleve a un abarrotado restaurante de moda y consiga la mesa con la mejor vista al skyline de la ciudad, eso no me lo creo.

Que el espía de turno se cuele en la sede central de los contrarios para robar información privilegiada y meta el pendrive en la ranura a la primera y sin tener que darle la vuelta, eso no me lo creo.

Que el presidente de mi país me diga que a final de junio, ma o meno, se termina esto de la pandemia, eso no me lo creo.