martes, 27 de septiembre de 2011

Comida china, dígame


Mi hija y dos amigas quedaron para cenar en un restaurante chino al que suelen ir de vez en cuando, aprovechando los últimos días sin clases en la facultad. Los días entre semana suele estar muy tranquilo y con poca gente. ¡Y tan poca gente!, ellas tres solas, Estrella, Sonia y Paula, el dueño del local y un chino, de edad indeterminada y la cara más rara que pueda tener un Sr. inmigrante del país oriental. ¡Mira ese, es “Chakichan” en feo!  Pero si “Chakichan” no es guapo precisamente. Por eso lo digo.
Terminando el primer plato, se les acercó el propietario y, un poquillo nervioso, no paraba de decirles: Comel tlanquilas, sin plisas. Las tres pensaban lo mismo ¡que pesado es! Y ahora viene lo mejor.

Tlanquilas, comel despacito. Lepaltidol taldal mucho. Yo tenel otlo pedido que selvil. Pol favol, si suena teléfono ustedes cogel. Tomal nota, después yo atendel llamada. Él no halblal español, no entendel.

Y antes de que se dieran cuenta, había cogido una bolsa de plástico llena de comida en cartón, el casco de la moto y salió disparado por la puerta. Las tres solas en el restaurante con el “Chakichan” feo y alucinadas por lo subrealista de la situación. Mirándose sin decirse nada, empezaron con la risa nerviosa de lo ridículo del asunto.
En esto suena el teléfono. Mi hija Paula, que afortunadamente no ha heredado de mí los genes de la caradura, miró a Estrella en busca de una solución. Estrella es la más reflexiva  de las tres, por lo que enseguida le dio con el codo a Sonia, que es la que tiene más desparpajo. Esta última miró al chino feo que ya estaba haciendo  gestos con las manos para que atendieran la llamada. Muerta de risa se levantó, se acercó al mostrador, descolgó el auricular y dijo:

-¿Dígame?.... ¡Anda!  Ha colgado.

Sus dos amigas estaban muertas de risa. A punto de levantarse para visitar los servicios del restaurante. Pero Sonia ¿Cómo se te ocurre decir ¡dígame!? Tienes que decir “comida china, digame”. (Esta que habla es la “prudente” de mi hija). Su amiga Estrella apuntilló un poco más: Claro hija, y además coge un papel y un boli para tomar nota del pedido.
A los pocos minutos volvió a sonar el teléfono. Esta vez era un inalámbrico que el “Chakichan” feo tuvo la gentileza de acercarles a la mesa, hablándoles todo nervioso en el idioma cantonés y haciendo aspavientos. Paula y Estrella seguían a lo suyo, a reírse todo lo que podían y sobre todo, viendo la cara del chino.

 -COMIDA CHINA, DIGAME.
- Mira, que hace un buen rato hice un pedido de cerdo agridulce, Chao-sao, hormigas suben al árbol,…
- ¿Y?
- Es que se nos olvidó las bebidas. ¿Podrías enviarnos también dos coca colas y dos cervezas?
- Vale, tomo nota, te llamamos.

El “Chakichan” les sonreía. ¡Que dentadura! Y ahora se preguntaban qué es lo que tenían que hacer cuando llegara el jefe. ¿Qué hacemos? ¿Se lo decimos? Claro el guardián del templo se lo contará nada más que llegue.

A los postres llegó el propietario. ¿Pedido? ¿Pedido? Sí hijo, sí, toma aquí tienes el papelito donde lo hemos apuntado. Anda, llámalo y hablas tú con él.

Han decidido volver al restaurante, pero solo cuando esté lleno de gente, para que les toque a otros hacer de recepcionistas; no por lo curioso de la situación, sino porque el buen chinito mandarín de las narices ¡ni siquiera las invitó a una bolsita de pan de gambas! Se limitó a ponerles una botella, con un lagarto con las tripas fuera y decirles:

-Un chupito glatis, un chupito glatis.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mónica








Que conste que  la fuente de la siguiente historia no es mía. Lo leí en una página y, por más que he rebuscado por todos lados no he encontrado el original, para darle la oportuna mención. Al Cesar lo que es del Cesar, que dicen algunos ilustrados. Pero como resulta que   tengo Patente de Corso, en cuestión de letras, titulo otorgado por mis  viejos capitanes D. Rodrigo Malaventura y Capablanca y su compadre D. Luis Escarlata y Mejías, y rubricado por el Rey Nuestro Señor, tomo prestada  esa idea, para contar lo que  me pudo pasar este último verano en un pequeño restaurante de la Sierra Norte, pidiendo de antemano perdón por tal atrevimiento.

Aparqué el Logan bajo los chamizos que había justo al lado de un pequeño restaurante en una carretera perdida en la sierra. Restaurante Bar Casa Pericón, lucía el rotulo sobre la pequeña entrada al establecimiento. Coqueto salón, con chimenea al fondo apagada en estos días veraniegos. Decorado con múltiples trofeos de caza y alguna que otra foto antigua. Quince o veinte mesas, algún que otro aparador y aperos de labranza por todos lados. Pocos comensales, si acaso  tres o cuatro familias con niños revoltosos, dos o tres lugareños en la pequeña barra  y un par de mujeres en una mesa del fondo. Lejos de esta mesa  me sentó un larguirucho camarero que enseguida me enseñó la carta de viandas.  Como soy de fácil yantar, me decanté por un plato de caldereta de venado, que para eso estaba en  tierra de buenos  cérvidos.

Degustando el guiso, y como no tenía otra cosa en que pensar, me fijé en las damas que alegremente charlaban en aquella mesa alejada. Perdonadme, pero es un defecto que tengo: el mirar a las mujeres elegantes y guapas, por supuesto siempre con respeto y educación.
Cuando me trajo el postre el camarero larguirucho, se lo tuve que decir:

-La “chavala” morena aquella se parece a….
-No se parece, ¡es Mónica Bellucci! Que sí, la otra señora es su representante. Han estado viendo unas localizaciones para una nueva película. Pero por favor, no la moleste.

¿Qué no la moleste? ¿Y mi cámara de fotos en el maletero del coche? Pero claro, no me iba a levantar. Yo soy un señor y se supone que cuando una estrella de la belleza de la italiana, está disfrutando de su vida de mortal, no la debemos molestar ni incordiar.  ¿Y cómo puñetas funciona la cámara del móvil? ¿Pero este teléfono tiene cámara? ¡Y ahora resulta que han pagado la cuenta y se marchan!

Se levantó. ¡Que andares! Llenaba todo el local. Unos zapatos de vértigo. Unas piernas… vale, vale, no comento nada que mi mujer lee esto de vez en cuando. Una ajustada falda negra que insinuaba unas caderas…. ¡que sí, que no comento nada más! Bueno una cosa, el top que llevaba era de una talla menos. Y aquí ocurrió lo bueno. 

Se acercó a mi mesa. Se aproximó despacio, se inclinó, !que visión!, cogió la cuchara de postre, tomó una pequeña porción del  arroz con leche que esperaba sobre mi mesa. Introdujo la cuchara en su boca. Saboreó el postre casero. Me guiñó un ojo. Se limpió suavemente los rojos labios con su lengua. Y me susurró al oído, con ese acento mezcla italiano y español:

-Gentiluomo Naranjito, puedes contar esto, mio caro amico, porque nadie te va a creer.

Y se marchó. Pero antes de salir del pequeño restaurante, se giró. Se llevó los dedos a la boca, los besó, y suavemente me  sopló un beso.

Aún recuerdo sus palabras: Puedes contarlo, mio caro amico, nadie te va a creer.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El búcaro









Decía D. Francisco Palacios, más conocido por El Pali, el  trovador de Sevilla, en una de sus múltiples sevillanas que: “Ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando, con flores en la cabeza y los mantones bordaos”. Y tenía este buen hombre toda la razón. En la antigua Fábrica de Tabacos (os acordáis del mito de Carmen), ahora se ven estudiantes que van y vienen al Rectorado de la Universidad de Sevilla, cargados con libros de Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias,… Han cambiado las flores y los mantones de Manila por pantalones vaqueros, pirsin, ojos enrojecidos por largas horas de estudios y la preocupación lógica de ver los resultados de los exámenes.

Mira por donde, hace unos días coincidí con mi amigo Luis Miguel  en una de nuestras “farmacias de guardia”. En la acera, bajo la sombra del oportuno toldo, charlábamos sobre lo divino y humano, o quizá hablábamos sobres mujeres o sobre futbol, no me acuerdo,  pero como son temas muy recurridos en las conversaciones varoniles, en eso estábamos. O quizá estuviéramos hablando de esto de los blog, él tiene uno en la “competencia”, en el Wordpress, con un estilo muchísimo más refinado que el de esta Bodeguita y con más calidad. El bueno del Luismi, que es   más sagaz que yo, me hizo una observación mirando  al mostrador del bar.

-Mira Naranjito, sobre eso que está en la ventana podrías escribir una de tus historias.
-¿Sobre el búcaro?
-Claro, pero di botijo que es como lo conocen fuera de Andalucía.

Y tenía razón el bueno del Luismi. Es que ya no se ven búcaros fresquito a disposición de los sedientos lugareños. Para mí era una cosa muy normal porque estaba acostumbrado a verlo en el alfeizar de tan distinguido bar, pero si nos paramos un ratito nos damos cuenta que ahora utilizamos muchas botellitas de plástico para mitigar nuestra sed en estos días del “puñetero” e interminable verano sevillano.
Donde esté un buen búcaro, de buena arcilla de Lebrija, preparado convenientemente con su copita de anís dulce la primera vez que se llena, que se quiten los frigoríficos, neveras o cualquier artilugio moderno. Y encima reutilizable. ¡Y no consume energía!

-Quillo, Naranjito, en mi antiguo barrio, cuando yo era un chaval, todo el mundo tenía un búcaro en su casa. Entrabas con tus amigos y lo primero que hacías era pegarte un buen chute de agua fresquita. Ahora eso no se ve. Le abres el frigorífico y coges la botella de plástico o de pet, que es más moderno, y a llenar los vasos del Ikea.  Pero donde se ponga un buen búcaro que se quite las botellitas modernas.

Le pregunté a la buena de Fama,  ilustre, agradable, exótica y jefa de ese Rincón donde nos lo pasamos tela de bien, el motivo de tan añorado artificio.

-Pues mira, es que ¿tú sabes lo que es tener un bar justo al lado de una plazoleta donde juegan todo el día los hijos de mis clientes? Vienen cada instante a pedirte un vaso de agua, ¡y no se lo vas a negar! Además, que yo soy trianera  y en  Triana de alfarería entendemos un montón.  Y  te digo una cosa, ahí está el búcaro, para el que quiera beber, ¡niño, por el agujero chiquitito que  el  grande es para llenarlo!

Nada, que no se ven cigarreras con el mantón ceñido al talle, ahora utilizan uniformes que pone Altadis, pero en El Rincón de Fama, tienen un búcaro, en la ventana, fresquito, siempre lleno y encima, gratis.


jueves, 15 de septiembre de 2011

A pedalear fresquitos


Mira por donde, después de mi regreso a la vida anormal (la normal debe ser eso de estar tumbado a la sombrita sin hacer nada), me encuentro con que los señores del servicio de alquiler de bicicletas en mi ciudad, Sevici, (Sevivici, para los fisnos) han firmado un acuerdo de patrocinio con la insigne, ilustre, afamada empresa cervecera que tiene a bien llamarse como el templete que hay por la calle Oriente de Sevilla. Es decir, pa no enrollarme, la Cruzcampo.

Y en el puerto de amarre de las bicis (que me gusta eso de “puerto de amarre”, que aires marineros, Sevilla Puerto de Indias,… Papá ya te estas enrollando otra vez), perdón, sigo, descubro con satisfacción una fila de velocípedos perfectamente atracados. Pero hay una especial, muy especial.



Ya me lo había comentado mi hija: ¿has visto las bicis nuevas?, les han cambiado la cesta delantera por una caja de botellines. Claro, yo pensé que era una imitación o una cesta con los colores corporativos de la marca. Pero no, de eso nada, es una caja de botellines como Dios manda, con sus celditas y todo para colocar las botellas de la mágica medicina que un buen galeno me recetó hace tiempo.

Como dice la publicidad serigrafiada en el guardabarros trasero, “Tu lado sur solo emite buen rollo”. Y buen rollo es lo que tenemos por aquí, que hasta nos reímos de los señores que han denunciado este tipo de patrocinio porque argumentan que por ley no se puede hacer publicidad de bebidas alcohólicas en eventos deportivos. ¡Un mojón pá tó ustedes! Pasaros, si tenéis agallas, por cualquier campo de futbol, al poder ser en el glorioso estadio (a medio hacer) Benito Villamarín y contar las veces que aparece la palabra Cruzcampo. Tela de veces ¿verdad?

Anda, no seáis agrios, montaros en una de estas bicis, pedalear por la jartá de kilómetros que tiene el carril bici en Sevilla, o el “barrilbici” como dicen el  blog Más claro agua al que tengo la suerte de seguir y que ha ilustrado este tema mejor que un servidor, que mientras ustedes pedaleáis yo os esperare en mi “farmacia de guardia” con unos cuantos botellines bien fresquitos para ir rellenado la “nueva cestita”.



¡Ah! ¡Otra cosa! A los señores de la Cruzcampo: ¿os habéis dado cuenta que os hago publicidad? ¿Sí? Pó no me seáis malos y no subirme el precio de los botellines, ¡que estamos en crisis!

P.D. Que dice mi hijo que si pinchais en las imágenes se ponen más grandes y se vé lo "buen fotógrafo" que soy.