sábado, 30 de abril de 2011

A bailar, a bailar, a currar, a currar

Sí, Feria en Sevilla. Fiesta, juerga, jarana, baile, manzanilla por un tubo, jinetes y amazonas a caballo, musho baile por sevillanas; siete días de cachondeo y borracheras. ¿Esto es la Feria? No miarma, no. La Feria es otra cosa. Sé que la imagen que dan los llamados medios de comunicación es esa, pero la realidad es otra bien distinta. A los sevillanos, y por extensión a los andaluces, nos catalogan como vagos, que siempre estamos bebiendo y comiendo en la calle, que de trabajar cortito con Casera, que todas las chachas (perdón, empleadas del hogar) son andaluzas con ese acento tan grasioso, que somos o semos (o como ustedes digan) los graciosillos o los incultos de este puñetero país. Que semos o somos, Paquirrines, Malayos, políticos corruptos o familiares de folclóricas trasnochadas deseando aparecer en televisión; que tenemos el caballo amarrao a la puerta del cortijo y a la parienta preparando los abalorios pa el traje de faralaes (perdón de flamenca). Enca, enca, vámono pa la Feria. Po no, esto no es la Feria.

Pa empezá: en Sevilla son laborables to los días de esta Semana Grande (menos el lunes que es la fiesta del trabajo, igual que en un montón de países). Los que tenemos la suerte de currar, (Sevilla marca su récord histórico con 244.500 desempleados) no tenemos días de fiesta, del trabajo a la feria y de la feria al trabajo, mu perjudicao, pero dando el callo y a cumplir con nuestras obligaciones laborales. En mi empresa, por ejemplo, trabajamos todos los días, a tres turnos, mañana, tarde y noche (Joé que a mí me toca el mejó turno, claro, el de noche). Pero, quizá nosotros somos unos priviliejados. Nosotros y un montón de personas que en esta feria hacen su particular agosto para el resto del año. Hacer la cuenta: mil y pico de casetas con una media de 10 personas trabajando, más proveedores, repartidores, personal de limpieza, seguridad, personal sanitario, etc, etc y otra vez etc, salen mucha gente currando ¿verdad?. Y encima un millón de personas nos visitan.

Pero la Feria es algo más. Dicen que las casetas son personales, intransferibles y privadas. Querido visitante, haz la prueba, pregunta a un sevillano con el que te cruces, donde poder tomar un poquito de fino acompaño de un buen platito de jamón, chocos fritos, gambas, o garbanzos con bacalao. A lo mejor te sorprendes y ese sevillano te dice eso de vente conmigo guiri, que te vas a jartá.

Yo que soy un sevillano atípico (no sé bailar sevillanas, no sé cantá, ni tocá los palillos, ni tengo caballo ni sombrero que ponerme) seguramente visitaré la feria un par de días, entre otras cosas porque mi santa y sufridora esposa se merece un homenaje y mucho más (mi mujé si sabe bailar sevillanas y mi hija toavía mejó, y mi hijo sorprende cuando toca los palillos, o sea, las castañuelas). Po eso, que llevaré a mi mujer a la caseta, caseta de la empresa donde trabajo, junto con mis compañeros, para que me den las novedades de lo ocurrido en el turno anterior y pasar un buen ratito con ellos, antes de despedirme para vernos después  en el curro. Por cierto el año pasado había más gente que no tenían nada que ver con nosotros que empleados de la empresa. Y eso que es una caseta “privada”. 

Dice mi compañero Pibe (este mote se lo decimos con cariño al mamón de mi amigo Pepito Martín), que en Sevilla trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar. Cuánta razón tiene el Pibito. La vida son tres días y hay que aprovecharla. Que no os confundan, que la semana es normal, por lo menos para los que tenemos la suerte de trabajar. Que cumplimos con nuestras obligaciones y al mismo tiempo intentamos divertirnos.

Anda, veniros pa la feria. ¿Qué llueve?, dice el Pibe que no hay buena feria si los farolillos no se mojan (es que saca recursos pa tó, er nota). Pero que sepáis que pa los sevillanos son días de curro, días normales, que intercambiamos obligaciones con celebraciones, pero tenemos los brazos abiertos para acogeros como os merecéis.

Esta puñetera ciudad tan dual (Sevilla y Triana, Joselito y Belmonte, Macarena y Trianera, El Real Betis Balompié y el otro equipo(*)), es tan especial que ha añadido un día más al calendario: la Feria empieza el 32 de Abril.

(Cuando pise el albero del Real de la Feria echaré una afotillo para ilustrar la entrada)
(Joé, que de paréntesis, y eso que todavía no he probado el rebujito)

(*) El otro equipo es el Sevilla Futbol Club. El asterisco es posterior a la entrada,  pa que no se enfaden el Lui´mi, el Antonio, el Luí, el Daví y to los amigos palanganas.

martes, 26 de abril de 2011

No te pude ver



Este año no acudiste a nuestra cita. La lluvia que nos acompañó desde días atrás, hizo que te quedaras en el interior de tu iglesia de San Gregorio. Los valientes veinticuatro costaleros que te portan no te pasearon por las calles del centro de mi querida Sevilla. ¿La lluvia? ¡Que daño te hará a ti la lluvia, si hasta le viene bien a tu exorno floral compuesto por esa verde hiedra trepadora. Que manos tan hábiles las de Cardoso Quirós que te talló dicen que por el año mil seiscientos y noventa y uno de la era de nuestro Señor. Con que elegancia te visten y colocan esa banda sobre la cruz con una inscripción en latín. Una inscripción que yo le traducía a mi hijo, cuando era un crío, como “Salve Cesar, los que van a morir te saludan” (creo que el latín no era, ni es mi fuerte). 

Dicen los entendidos en la materia que representas el triunfo de la Santa Cruz sobre la muerte. Pero yo creo que están equivocados. Viéndote en tu postura triste y pensativa, con el dragón (muy raro, por cierto) a tus pies mordiendo una manzana, la guadaña rindiéndose a los ojos de todos aquellos que te miramos y la hiedra acompañada de cardos borriqueros. Sola en ese magnífico paso neogótico dorado, iluminado por cuatro velas en candelabro sé lo que quieres transmitirnos. Sola, repito, lo que nos quieres decir es que el viejo Caronte está aburrido, sentado en la popa de su barca, porque otro año más se queda esperándonos para cruzarnos por ese mar oscuro y tenebroso. 

Tú no te preocupes, querida Canina, el próximo Viernes Santo no faltaré a nuestra cita. Al ser posible te buscaré por la calle Alemanes, esquina con Hernando Colon y cuando escuche la música de capilla que con tanto cariño te tocan unos pocos de profesores, te recitaré el poema que hace muchos años me facilitó mi amigo Manolo Ramírez Rubio, de autor desconocido (por mí), pero que resume el sentir de los que como yo pensamos que eres el Paso de Sevilla.   Ahí va eso:

Ya no habrá más bambalinas
y un suspiro se me escapa,
pero, pasa la Canina
tan primorosa y tan guapa

ya sueño de nuevo en Marzo
y en un Abril que me alivia
para ver tu torso,
para contemplar tú tibia

Corren brisas de azahares
con la gloria de Sevilla,
que entra por tus maxilares
y sale por tus costillas

Y en medio de la yedra
un dragón con rostro vuelto,
y tú sentada en la piedra
¡CANINA CON TO TUS MUERTOS!

viernes, 22 de abril de 2011

Ayúdame

Siempre se había sentido costalero. Siendo un crío, su padre lo llevaba sentado en las trabajaderas, durante pequeñas chicotás, para que aprendiera. Gracias a su dedicación y devoción consiguió su mayor anhelo, llevar a su Nazareno, junto con treinta y cinco hermanos, por las calles de la ciudad, iluminadas por la luna nueva de primavera. Se sentía Hermano 365 días al año. Participaba en todos los actos de la Hermandad. Fervoroso creyente, siempre lo tenías dispuesto para ayudarte a ti o a los demás. Como sus padres, se casó delante de su Cristo, bautizó a su hija en la misma pila bautismal en la que él, años atrás lo había hecho. Cuando acudía a misa, se colgaba del pecho la vieja medalla que su padre le había dejado. Una medalla en la que apenas se distinguía la imagen de un Nazareno que te mira con ojos de Esperanza.

También fue una noche de luna llena cuando ocurrió el maldito accidente. Aquel coche, conducido bajo los efectos del alcohol por un energúmeno, se llevó la vida de su esposa, su compañera, la madre de su hija y la fiel acompañante de toda su vida.  Durante la semana que duró la agonía no faltó de rezar y pedir ayuda, agarrando su vieja medalla. Ayúdame, no te la lleves, sabes como soy y no creo que me merezca tanto dolor. Siempre me has tenido a tu lado. Llevándote años tras años. Ayúdame y no me dejes solo. No te la lleves, Señor, no te la lleves.

Cambió. Sentía que Aquel al que había venerado toda su vida lo había abandonado. Se volvió solitario. Ya no se relacionaba con nadie. Afortunadamente tenía a su hija que era lo único que lo mantenía con ganas de vivir y por la que él de desvivía. En su trabajo, una empresa de seguridad, solicitaba siempre los servicios más solitarios y apartados. Al ser posible de noche, aislado. Cuando la gente de la hermandad le preguntaba   por qué no estaba con ellos, siempre le contestaba lo mismo. Le pedí ayuda y no me la concedió. Ahora será El quien me pida ayuda a mí.

-Central para Tango 29. -Tango 29 a central. -Oye Simón nos ha llamado la directora del Instituto de Patrimonio y Restauración, quiere que, si puedes, en tu ronda de esta noche te pases por el sótano y recojas un paquete que hay encima de su mesa, que mañana a primera hora ira un mensajero a recogerlo.- Enterado Central.

Entró en el sótano. Así es como llamaban a la inmensa sala donde restauraban las antigüedades y esculturas del rico patrimonio de la ciudad. Estaba iluminada por pequeños focos   y algunas pantallas de ordenador que permanecían encendidas.  Sintió como las rodillas se les doblaban. El corazón le latía tan fuerte que las venas de la frente le estallarían de un momento a otro. Las manos le temblaban de tal forma que la linterna que llevaba se le cayó al suelo.

Sobre una pequeña peana, en el centro de la sala, había lo que parecía un maniquí de madera. Pero tenía un rostro, unos pies y unas manos, talladas en una madera de un color que él había visto y sentido millones de veces. Un rostro apenado, que en la tenue oscuridad, lo miraba con tristeza. Unas manos que pedían, que imploraban, ayuda. 

Al día siguiente, la directora del Instituto de Patrimonio, fue la primera en llegar. Cuando entró al sótano se fijó en la “escultura” de la peana central. Así no la había dejado ella. Ahora estaba vestida con una túnica morada de las que estaban en un cajón cercano pendiente de restaurar. El rostro de aquel Nazareno ya no parecía apenado y los ojos brillaban como si los iluminara la alegría. Las manos juntas y unidas por un cordón del que colgaba una medalla en la que apenas se distinguía la imagen de un Nazareno que te mira con ojos de Esperanza.

En el relevo para la  última chicotá antes de entrar en la Iglesia un costalero salió de debajo del paso. Se dirigió a una joven y una señora  que aguardaban junto a la fila de penitentes y nazarenos. Beso a ambas, cogió de la mano a la joven y se encaminó con ella hacia el interior del templo. Mientras, la elegante señora atendía en voz baja a un periodista que le preguntaba por la técnica que había utilizado para darle ese brillo en la mirada a aquella portentosa figura que regresaba después de la estación de penitencia. La directora, mientras intentaba contestar a las preguntas, no dejaba de mirar a aquel padre y su hija que caminaba felices. Y no podía dejar de mirar aquella medalla que llevaba la niña, iluminada por la Luna llena  Una medalla en las que apenas se distinguía la imagen de un Nazareno que te mira con ojos de Esperanza.