domingo, 30 de noviembre de 2014

Solidaridad anónima



No quiero pecar de oportunista con la publicación de esta entrada. Por lo visto hoy, o en estos días, se está celebrando, si esto se puede celebrar, el día mundial de los sin techos. Pero lo cierto es que de la historia me he entrado por pura casualidad durante esta semana. 

Resulta que al final de la avenida de las Casillas, en el cruce con lo que los sevillanos llamamos ronda supernorte (SE35) hace muchos meses, años diría yo, vivía un hombre justo en los jardines de los últimos bloques del barrio. Entre los pocos árboles, los setos y los arbustos, tenía su hogar. Hogar, vamos a llamarle hogar a unas cuantas cajas, mantas, plásticos y los enseres que encontraba por la calle. No molestaba a nadie, vivía de lo que los vecinos con corazón le facilitaban. Pero un día deje de verlo. No pensé en lo peor, pensé que los servicios sociales se habían hecho cargo de él. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurrió fue que arreglaron los jardines y el buen hombre tuvo que trasladarse de sitio. Justo enfrente, al otro lado de la calle, junto a la valla que cierra lo que antes era el hospital psiquiátrico. 

Allí lo vi de nuevo, el lugar no era adecuado. No tiene árboles, ni arbustos ni setos. Como podía colgaba sus plásticos, sus cartones y a “vivir” sin moverse de sus tristes y pocas posesiones. Te parabas en el semáforo y siempre lo veías. Mientras la luz roja te obligaba a detenerte, tú conciencia de ser humano, por unos segundos te hacía pensar en el frio, en el calor, en la miseria, en el pobre hombre. Unos segundos, hasta que la luz se pone en verde y sigues tú camino, con tus preocupaciones y tu vida cómoda a pesar de todo lo que te falta y no tienes y pensando en echar gasolina no sea que el coche se te ponga en reserva y te olvidas de este hombre.

Creo que fue el martes cuando entré al barrio por esta zona. Instintivamente miré hacia el lugar donde acampaba el buen hombre y me encontré con esto




No me quise acercar por respetar la intimidad del buen hombre y desde lejos eché la foto con mi móvil. Me llamó la atención el refugio y la limpieza que lo rodeaba y me alegré que algún organismo público preste soluciones provisionales a las personas necesitadas. Más tarde, en la tranquilidad de la barra de un bar tomando un café, le enseñé la foto a un buen amigo.   Al verla sonrió y me dijo: ¿te has dado cuenta? ¿De qué? Pregunté. Cogió su teléfono y me dijo que mirase el guasa. Y aquí está el resultado.





-¡Pero si este es el logo de los toldos que tu fabricas!

-Sí, eso lo hemos hecho nosotros. Yo paso todos los días por allí. Me da pena ese hombre. No se mete con nadie, está solo malviviendo entre basura. Tenía que hacer algo y se me ocurrió fabricarle una pequeña casa y tenía que hacerla bien. Tiene su plataforma elevada para separarla del suelo. Tiene su cremallera para que pueda cerrarla y guarecerse mejor. La tela está plastificada para la lluvia. Se la montamos mi hijo y yo y fíjate como es la cosa que cuando le estábamos tirando todo lo que tenía se acercó un vecino para ver lo que estábamos haciendo y de camino traerle un papelón de pescaito frito. También le compramos un colchón pero parece que no lo quiere, será lo del Diógenes ese, pero cuando pase y no esté, le tiro el viejo, que te puedes imaginar cómo está, y le meto el nuevo que lo tiene al lado del refugio.

-¿Y esto no se lo has contado a nadie?

-¿Para qué? Lo hemos hecho porque podemos, porque queremos y porque no cuesta nada ayudar a los demás. Dicen que este buen hombre fue de los primero desahuciados del barrio y, en su enfermedad, no se quiere mover de allí. Otros dicen que fue el último interno de manicomio y cuando cerró no tenía otro sitio donde ir. De todas formas esto son leyendas urbanas, lo cierto es que el hombre necesitaba ayuda y, en las medida de mis posibilidades yo se la he dado.

Mi amigo se llama Javier, un pequeño empresario sevillano de los que da gusto conocer. Necesitamos muchos como Javi, así le llamamos, personas anónimas, pequeños empresarios que  ayudan a los necesitados y no salen en la prensa ni en las televisiones haciendo millonarias donaciones para quedar bien y de camino ahorrarse algo de impuestos. Quedan gente buena y Javi es uno de ellos. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

Un palo pinchao en una m



Hola, ¿Qué tal? ¿Bien? Me alegro. Yo también ando bien, como siempre. Un poco aburrío y simple. Sí, sigo siendo simple. Tan simple que cuando mi parienta me encarga los mandaos, raudo y veloz corro como el viento para cumplir fielmente su órdenes y deseos. Como cualquier sincero marido que se preste. (Un poquito de peloteo nunca viene mal, ahora que las “amigas” de mi mujer se pasan por la Bodeguita y le comentan a ella las tonterías que escribo).

Pongámonos en situación. Sábado por la mañana, a eso de la hora del ángelus. Está claro que aprovecho la clarita para, de camino, pararme en ciertos centros abiertos al debate e intentar arreglar los problemas del país, junto con los parroquianos habituales que siempre andan apoyados en la barra o sentados cómodamente en los veladores. No todo va a ser trabajar, de vez en cuando hay que platicar con los amigos y saborear una cervecita fresquita acompañada de chochitos o unas buenas aceitunas aliñas. Otra vez me estoy pirando por los cerros de Úbeda. ¡Con lo simple que es contar una historia!

Tirando del carro de la compra, lo primero es lo primero, me encamino a poner la porra, es decir, adivinar el resultado de los partidos que tiene el Real Betis y el otro equipo de la ciudad. De pasada diré que nunca lo he acertado. Paso por el centro de salud del barrio. Concretamente por el A, en este barrio tenemos dos, ¿adivináis cómo se llama el otro? B. ¡Qué simple! Y esto es lo que me encuentro


 Cuidado al ampliar


¿Y esto que es lo que es? Simplemente eso que veis una mierda pinchá en un palo.  O mejor un palo a una mierda pinchada. Dejándonos de cuestiones escatológicas, ¡120 euros! ¡Toma ya! Nuestro querido ayuntamiento lleva haciendo una campaña en contra de los excrementos de canes que pululan por parques y aceras de esta bendita ciudad. Pero esto no es cosa del consistorio, no, esto es cosa de gente anónima que tiene el valor de pinchar el cartelito como denuncia de un acto incívico. Nuestros munícipes tienen una ordenanza que te ponen  120 euros de multa si pillan a tu perro o a tu perra haciendo sus necesidades en la vía pública.

Un servidor no tiene perro, tengo un puñetero gato que es el que manda. Pero el Quillo tiene la costumbre de hacer sus necesidades en el arenero, así que la multa me la ahorro, aparte de que no sale a la calle ¡él mu perro!  Ahora bien, tengo amigos y amigas que si tienen perros y de todas las razas y tamaños. Los hay de dos tipos, a saber (me refiero a mis amigos):

Los que se acercan a la sede del Distrito y recogen, gratuitamente, las bolsitas para, con primoroso cuidado coger las deposiciones.

Los que, como mi amigo Javi, perdón J. el anonimato es importante, pasean a su buldog por el único descampao que queda en el barrio. Descampao donde estaba previsto hacer una serie de equipamientos para los ciudadanos como, por ejemplo una guardería, una zona deportiva, un centro de algo relacionado con los daños cerebrales,  la sede del distrito municipal,… no, no, esta última ya está hecha, ¡mecachis!

Bueno, que seáis buenos. Que recojáis las caquitas de los perros, que los que ponen los cartelitos se están quedando sin papel y sin palitos. Y para finalizar solo decir que cuando eché  la foto hacía dieciocho minutos y catorce segundos que el can en cuestión dejó el regalito, lo calculé por los residuos eflúvicos que desprendía.

Nada, hasta más ver.