martes, 29 de noviembre de 2011

El penúltimo día


Para Luque era su penúltimo día de trabajo en los Juzgados. Cerca de cuarenta años como funcionario del Ministerio de Justicia y ahora, por fin, descansaría y sobre todo disfrutaría de sus nietos. Durante  estos años había estado en todas las dependencia posibles. Desde un pequeño juzgado perdido en un pueblo, hasta en la sede central de la capital. En esta llevaba 20 años y era conocido por todos. Su trabajo consistía, entre otras cosas, en transcribir las declaraciones del Juzgado de Guardia y pasar los informes correspondientes  al Juez Instructor. Desde los Guardias Civiles de la puerta hasta las limpiadoras del edificio, pasando por abogados, jueces, policías, compañeros funcionarios; todos le tenía en gran estima y aprecio. Se lo había ganado a pulso. Siempre dispuesto a ayudar a los compañeros, a cambiar una guardia; a echar una mano cuando el trabajo se acumula, cosa por otra parte muy común; a buscar ese expediente que casi nunca aparecen. Había visto y oído las miserias y las grandezas de la condición humana. Desde un simple robo de gallinas hasta los crímenes más cruentos que una persona pueda imaginar. Trabajo rutinario pudiera parecer, pero él creía en las personas y sabía que la mayoría de la gente es buena y que solo “usan” el juzgado para bodas, registros civiles y otros asuntos más llevaderos.

Varios compañeros se ofrecieron a hacerle la guardia en su penúltimo día, pero  se negó. Siempre al pié del cañón. Para colmo el sistema informático se fastidió ese día. Pero como él era de la vieja guardia cogió una  máquina de escribir, que le costó la misma vida encontrar, y se dispuso a realizar su trabajo, esperando que fuera una noche tranquila.

Fue la policía la que trajo al energúmeno. Lo habían detenido después de una persecución por la calles del centro, tras haber pegado un tirón a dos pobres turistas y robarles una pequeña mochila con sus pertenencias: la cartera, planos de la ciudad, cámaras de fotos, botellas de agua, un brazo magullado…

Tras tomarle declaración, comprobar los antecedentes (14 detenciones por robos similares), mirar su dirección de notificaciones  desconocida por Correos, rellenar todos los impresos y atender las peticiones del abogado de oficio asignado, cogió la vieja máquina y los papeles pulcramente escritos y  se encaminó a la segunda planta donde estaba el único ordenador que funcionaba medianamente bien. Encima, los ascensores estaban de mantenimiento esa noche. Pero tampoco le importaba, escaleras arriba, a copiar todo de nuevo y a esperar a su compañero del siguiente turno que sabía que le relevaba temprano.  En las escaleras fue donde se cruzó con el detenido. Iba acompañado del abogado después de hacer otra diligencia en la primera planta. No pudo evitar mirarlo. El arrestado, sonriendo, también lo miró.

¡Pringao! ¡Aquí te quedas! Que yo me piro a mi queli, Ya sabes lo que tienes que hacer, viejo. Que me voy a coger el autobús y a darme un garbeo por ahí.

Luque era tranquilo, muy tranquilo. Nadie sabe lo que se le pasó por la mente en ese momento.  Puso pausadamente la máquina en el suelo, colocó encima los legajos y le pegó una patada en la parte del cuerpo donde más nos duele a los hombres. Lo dejó retorciéndose de dolor y al joven e inexperto abogado voceando sin saber qué hacer. Recogió su máquina, sus papeles y tranquilamente siguió su camino a su despacho, cabizbajo.

Días más tarde, en la cena homenaje al   funcionario jubilado, alguien pregunto sobre un incidente ocurrido en las escaleras del Juzgado. El teniente González de la Guardia Civil comentó que él estaba   aquel día y no recordaba nada, solamente lo habitual de un juzgado de guardia. El decano de los abogados dijo que no le constaba nada raro en el turno de oficio. Varios de los jueces que se encontraba en la cena ratificaron que el día había sido de lo más normal. Los funcionarios se miraban unos a otros con caras de extrañados y decían que tampoco sabían nada.  María José, la encargada de la limpieza del edificio se quejaba de que algunas de sus subalternas olvidaban poner el aviso de escalera mojada cuando la limpiaban y eso producía muchas caidas y accidentes.

Me encontré en el parque del Alamillo a un abuelo jugando con sus nietos. Sentados al sol otoñal de nuestra Sevilla, me contó que no pudo evitar las lágrimas a los postres de la cena homenaje que le habían dado todos sus compañeros y, sobre todo cuando  uno, jubilado  años antes que él, levantó la copa y propuso un brindis:   Luque tú te lo mereces.

Nota final: Luque, teniente González, María José, Sevilla y el Parque del Alamillo, son nombres que he utilizado para esta historia. Cualquier parecido con la realidad puede que sea una coincidencia.
¡¡ Llevátelo a papel !!

12 comentarios:

  1. Que bonito relato Naranjito, tan natural pero con una sensibilidad envidiable.
    Un abrazo

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  2. Ya tienes un guión para un corto, ya me imaginaba un tiroteo al final, pero me gusta más tu terminación, un saludo.

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  3. Naranjito:
    Pues mira tú por dónde que me hubiese gustado que fuese verdad...
    Saludos sentenciados.

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  4. Que historia tan buena, me ha gustado mucho.
    Un beso

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  5. Naranjito colega, pues te digo lo mismo que Dyhego: ojala que tu historia se hiciera más de una vez verdad.Un abrazo

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  6. Grácias Paco, para sensibilidad tu y tús fotos.
    Un abrazo.

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  7. Mamé, es que las personas "normales" no tienen pistolas. A lo mejor hubiera cambiado la patada en los cataplines por ....
    Mejor ni pensarlo.
    Un saludo.

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  8. Grácias Mariaeugenia. !por fin puedo responder a los comentarios! Lo lo ocupaillo que estoy.
    Un abrazo.

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  9. Grácias Gatadeangora, te prometo que cuando mi asesor informático me arregle mi viejo y único ordenador, es decir, cuando mi hijo me limpie el viejo disco duro de bichos y otros virus, mis visitas a tu espacios serán mas continuas.
    Un saludo.

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  10. Trianatrinidad: ¿tu tambien piensas que una patada en salva sea la parte (metafóricamente hablando)solucionaría muchos problemas?
    Ea, otro del club de los mosqueados.
    Un saludo.

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  11. Dyhego: saludos senteciados, pero en este caso sin posibilidad de recurso.
    Un abrazo.

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