
Antes de que mi padre se comprara el Simca 1000, que mas tarde heredara yo, y como en la Ducati, no cabíamos los cuatros, lo de viajar en verano estaba un poco limitado. Pero como durante el curso yo había sido "un niño muy aplicado", mis padres me dejaban entretenerme con los libros que ellos, gustosamente, me compraban. Gracias a estos libros,junto con Chingachgook, Hawkeye y Uncas seguí los rastros de los maquas entre el Hudson y el Potomac. Fuí participe de la quimera del oro por tierras de Alaska.
Entre zulúes y bantúes ayudé al bueno de Quatermain a buscar las minas del rey Salomón.
Me atreví a desafiar a todo el Imperio Británico junto con mi amigo Sandokan, mientras rescatábamos a la Perla de Labuán.
Siempre tenía preparada una flecha negra para las injusticias y colaboré con Sherlock Holmes y el doctor Watson a descifrar el misterio del perro de los Baskerville, mirando de reojo por si aparecía mi viejo enemigo Moriarty.
Con Winnetou y Old Shatterhand recorrimos las llanuras y montañas del viejo Oeste, antes de que Tarzan me enseñara un manuscrito encontrado en una cabaña en lo profundo de la selva.
Aprendí el noble arte de la esgrima con cuatro profesores Athos, Porthos, Aramis y mi colega D'artagnan. Las notas de las clases me la traía un cartero ruso cuando sus compromisos con el Zar de todas las Rusias se lo permitía.
Mi aliado Jim Hawkins me enseñó a no fiarme de John Silver, y que si conseguía un mapa de un tesoro, contara con él para ir a buscarlo.
Recorrí el Mississippi con Huckleberry y el bueno de Jim, en una balsa que construimos con la ayuda de Tom Sawyer.
El Capitán Nemo me enseñó los secretos de las profundidades y, a bordo del Nautilus, me acercó a una isla para que hiciera compañía al bueno de Robinson Crusoe.
De vuelta de la isla, el Corsario Negro me adiestró en la navegación a vela y a no temerle a las tormentas cuando azotan tu barco.
Me asombré de la facilidad de organización y planificación de un señor ingles llamado Phileas Fogg, para recorrer el mundo en un tiempo record. Tambien viajé con Gulliver, y lo envidié cuando lo vi rodeado de personas pequeñitas.
Algunas noches me atreví a leer unos cuentos de un tal Poe, pero como sentía un escalofrío en la espalda, decidí leerlos con luz diurna y cerquita de otras personas.
Fueron unos viajes fantásticos, hoy los hecho de menos, pero siempre los tengo en una estantería para cuando necesite recordar esas vacaciones sin prisa,sin caravanas,sin atascos.