sábado, 23 de octubre de 2010

La Bandera

 
El barco llegó a puerto tras una larga travesía del estrecho, marcada por un temporal de los que suelen azotar las aguas que separan  Andalucía y Marruecos. Después de un par de días en Ceuta sin poder disfrutar de la ciudad norteafricana,  los marineros estaban deseando llegar  a San Fernando para desfogarse y visitar todos los garitos, bares y demás lugares donde disfrutar y olvidarse de las largas horas de trabajo a bordo.

Llegaron dos días antes de la festividad de la Virgen del Carmen. Atracaron en el Arsenal de la Carraca. El Almirante de este establecimiento militar quería  que fuera un día especial, ya que su señora celebraba su onomástica. Todos los marineros de los distintos buques atracados en el muelle aprovecharon las horas libres para, con permiso de sus superiores, acabar con las reservas de comidas y sobre todo bebidas de la fantástica Isla de León.

Llegó el día señalado, 16 de Julio. Todos los barcos engalanados para la ocasión. El inmenso Galicia, el patrullero de altura Villa de Bilbao, los buques aljibes que levaban el agua a la isla de Alborán, el pequeño Nereida   de los buzos de la Armada, la patrullera Acevedo, los remolcadores de altura que ayudaba a atracar a los barcos y, por supuesto, los dos gemelos: el Rigel y abarloado su costado de babor, el Antares. Todos de punta en blanco. Los que más el Antares y el Rigel, que al ser buques hidrográficos, el color de la pintura con que estaba recubierto todo su acero era el blanco. Decorados con banderas y banderines de proa al “palo mayor” y de este a popa. Todos relucientes, recién baldeados y limpios como nunca. Todo preparado también en el muelle. Varios batallones de Infantes de Marina, el Tercio Sur, el Tercio de Armada, la Policía Naval, todos formados y dispuestos a vivir la izada de bandera en el día de la patrona de los marineros. Gradas  provisionales  repletas de invitados.

En la popa del BHA Rigel todo está dispuesto. La guardia, con polainas, correajes y mosquetones de honor. Los zapatos negros como el azabache. El Lepanto, el mal llamado gorro, brillando gracias a la pasta de dientes aplicada momentos antes de llamar a formación.  El sargento primero  de máquinas Don Lizardo con su mejor traje, su mejor traje o el que le quedaba  después de muchos años al servicio de la Armada. Pero le daba igual, le quedaban horas para jubilarse, para pasar a la merecida reserva. Un sargento primero, tres marineros y un cabo segunda marinería, todos ellos con el cuerpo perjudicado después de una noche de juerga. Todos ellos con dolor de cabeza y ojos medios cerrados por las pocas horas de sueño. Pero allí estaban. Dispuestos a izar la mejor bandera, la más grande, para que el ilustrísimo señor Almirante viese que los hidrógrafos eran los marineros con más marinería de todos los que estaba bajo su mando.

El disparo de salva del cañón anunció el inicio simultáneo de las enseñas. La banda de música de la Infantería de Marina, comenzó a tocar el himno de España. D. Lizardo, con su metro noventa de altura, su oronda cintura, sus barbas de viejo lobo de mar, saludaba marcialmente cuando notó algo raro. El color del trapo que empezaba a desplegarse suavemente sobre el pequeño mástil era demasiado rojo. No había nada de amarillo, no había nada del escudo con las dos columnas. En todo este rojo aparecía poco a poco ¡un pentagrama verde, una estrella de cinco puntas! ¡Pero si es el Sello de Salomón! ¡Pero si estamos izando la bandera de Marruecos!

Con los ojos inyectados en sangre miró a cabo de la guardia que estaba más pálido que él. ¿Pero qué coño habéis hecho? El cabo, dejó la formación y corrió todo lo que pudo hacia el puente de mando donde se guardaban todas las banderas. Cogió una, después de cerciorarse que era la auténtica, la de España, y bajó a toda velocidad la escala que lo llevaba a popa. Allí estaba el sargento esperándolo y con su ayuda cambiaron el trapo que sujetaba un asustado marinero y pudieron izar la enseña española.

Al parecer, nadie se dio cuenta del suceso, ya que todos estaban pendientes de sus propios izados. D. Lizardo los reunió en la camareta de suboficiales y les echó  la bronca más grande que habían recibido los marineros en todos sus meses de mili. Como pudieron los resacosos marinos le contaron sus correrías de hacía unos días en Ceuta. Le contaron como una noche, sigilosamente, habían tomado prestado un trapo que una patrullera mora de la morería, “se había dejado izada”. Le contaron que uno de ellos cuando regresó a bordo no se le ocurrió otra cosa que colocar la bandera en el sillón de mando del comandante. Le contaron que no sabían cómo habría podido llegar hasta la estantería donde se ordenaban las distintas banderas de señales. Le contaron que la resaca es muy mala, como usted bien sabe D. Lizardo, y que no saldremos de juerga la noche anterior a un acto como este.

No pasó nada a nadie. El viejo marino se jubiló semanas más tardes. El cabo segunda de marinería CVP (conductor de vehículos pesados, o sea un Land Rover) lo acompañó a la estación de tren con todos sus bártulos y  en el andén se despidió de él

D. Lizardo ha sido un placer navegar bajo sus órdenes.

Naranjito so mamón, cuando vayas a mi tierra, a Vigo, te voy a llevar a la calle de los vinos y hasta que no salgas arrastrándote por el suelo y lleno de los buenos caldos gallegos no te dejaré en paz.

Entre sus pertenencias llevaba una bandera marroquí con la firma de todos los marineros de a bordo, que el viejo sargento de máquinas se había preocupado de conseguir.


(La historia de la “conquista” de la bandera alauita se merece una entrada aparte.)

  

viernes, 15 de octubre de 2010

El último ataque nocturno

Noches de terror y miedo, ambas cosas; miedo que con el paso de los minutos se convierte en terror. Noches de ataques furtivos, de sufrimientos a la espera de cuando sería el próximo  acoso. Esperan pacientes, guarecidos en sus oscuras madrigueras a que el sueño nos venza y poder lanzarse sobre  nosotros.   Mi familia lo ha sufrido durante los últimos meses, y en sus cuerpos quedaban heridas y cicatrices después de enfrentarse casi indefensos a la caterva de depredadores que, aprovechando las tinieblas, cual jauría de lobos, se cebaban con nuestra materia y con nuestros espíritus desvalidos.

Semanas de lucha, más bien de defensa, por no poder combatir en igualdad de condiciones con estos seres maléficos. Semanas temblando al escuchar el sonido que producían cuando revoloteaban sobre nosotros y nos atacaban de dos en dos o de tres en tres, sin poder saber cuándo y dónde clavarían sus  apéndices picudos para succionarnos la sangre y marcharse después de quitarnos nuestra fuente de vida para  sustentar a sus crías.

Tenía que hacer algo, tenía que defender a los míos. Con el paso del tiempo la manada había disminuido. No sabía si se habían marchado en busca de otros humanos con que alimentarse o su ciclo de vida terminaba cuando se agravaba en nosotros la desesperación. Pero yo tenía que hacer algo.

En la oscuridad de la noche sentía como quedaba uno. Era  la hembra alfa, la líder de la manada. Seguía atacando sola, incluso cuando comenzaban a llegar las noches frías y la temperatura nos permitía protegernos con armaduras de tela. Pero yo tenía que hacer algo. Yo tenía que defender a los míos. Tenía que dejar que aparecieran cicatrices y heridas en los cuerpos de mi compañera y de mi prole.

Lo preparé a conciencia. Me ofrecería como presa fácil para mi oponente. A pesar de que por la ventana entraba una pequeña brisa que invitaba a taparse, dejé mi torso desnudo como si fuera una  frágil gacela que pones de reclamo para cazar al rey de la selva. Esperé paciente.

La oí llegar. Volaba en círculo sobre mi cuerpo esperando y estudiando donde atacar. El sonido era inconfundible. Lo había escuchado muchas noches sin atreverme a moverme. Pero esta vez no, esta vez estaba dispuesto a terminar de una vez por todas con esta pesadilla. Se trataba de ella o de mí.  

Dejó de hacer aquel horrible ruido y se posó suavemente sobre mi hombro dispuesta a morder una vez más mi aterrorizado cuerpo. Pero esta vez estaba preparado y mis miedos anteriores desaparecieron pensando en mi rol de defensor y adalid de mi familia. Lentamente, alcé mi  zarpa y golpeé con fuerza y decisión. Encendí la luz y observé ávido mi mano. Allí estaba. Restos de alas, patas, pico  y una gran mancha de sangre fruto de saqueos anteriores. Había terminado con la reina de los Aedes Albopictus, había terminado con el último mosquito que nos fastidiaba las cálidas noches veraniegas.

Me levanté de mi redil de sábanas, me lavé la mano donde estaba el cuerpo inerte de mi enemiga y disfruté de una noche tranquila y placentera si escuchar el   zumbido de los puñeteros mosquitos.   

domingo, 10 de octubre de 2010

El gallo del callejón


Salíamos del colegio correteando, deseosos de llegar a casa para disfrutar de la merienda, la mayoría de las veces pan con chocolate. Chocolate del bueno, el de las onzas envueltas en papel de orillo.
En un pueblo todas las cosas están cerca, el colegio, la iglesia, el ayuntamiento, la plaza de abasto, tu casa, hasta el campo está cerca. Pero los críos disfrutábamos de esta cercanía, dando rodeos para seguir con nuestros juegos y aventuras. 

De camino a casa cogíamos por el callejón de atrás de nuestra calle. Un callejón a donde daban las puertas traseras de los hogares, por donde, no hacía mucho, entraban los animales de labranza para acceder al corral donde estaban las cuadras. En uno de estos corrales tenía un vecino un pequeño gallinero compuesto por una docena de gallinas y un espectacular gallo. Este último era nuestro objetivo diario. Gallo grande, de corral como dicen ahora, con una cresta inmensa, las plumas de la cola negras cono las noches de aquellos inviernos y el resto de plumas con todas las tonalidades de naranja, rojo y azules. Las patas nos parecían del mismo grosor que nuestros tobillos y los espolones eran como las navajas que nuestros abuelos usaban para cortar el pan y el tocino.

El juego era muy fácil. Nos acercábamos lentamente, disimulando, hasta la puerta, siempre abierta, del corral de nuestro vecino. Las gallinas solían salir al callejón a seguir picoteando por el empedrado. A pocos pasos aminorábamos la marcha y casi nos parábamos. En ese momento uno de nosotros empezaba a gritar y vocear y los demás esperábamos la salida de nuestro amigo. El  gallo salía como un toro del chiquero,  defendiendo su plumífero harén y nos perseguía con las alas abiertas y dando brincos intentando alcanzarnos con sus inmensos espolones. Corríamos más que él  y,  casi nunca conseguía su objetivo.

En una ocasión nos visitaron mis tíos que vivían en Madrid acompañados de mi primo. Para mí era una ilusión disfrutar de unos días con mi primo y escuchar embobado las cosas que me contaba de la capital de España.
Aquí no hay coches. En Madrid un montón. En Madrid se viaja en metro, por debajo de las calles. En Madrid las calles son muy anchas. En Madrid hay muchos autobuses. En Madrid las plazas son muy grandes y tenemos la Puerta del Sol. En Madrid tenemos el mejor equipo de futbol de Europa. En mi colegio en Madrid tenemos un uniforme con jersey gris y pantalones cortos hasta las rodillas. En Madrid……

Al principio de daba envidia. Me hacía ilusión imaginarme la capital del reino que solo veía por la tele. Así durante dos o tres días, hasta que empezó a cansarme, no sus historias, sino la forma y la reiteración de que en Madrid……. Ya estaba harto de tanto Madrid y de que aquí….

El día que se marchaban, mis tíos lo dejaron que se viniera a jugar por el pueblo con mis amigos. Después del juego regresamos los dos solos a casa y, mira tú por donde, no se me ocurre otra cosa que tirar por el callejón de atrás. El seguía presumiendo con sus historias y llegado a un punto concreto de la estrecha calle, me paré y, a voz en grito le dije:

PRIMO, ¿TU SABES CORRER?
¿Por qué?

 Al final de la calle me volví y vi a mi pobre primo con el miedo en la cara, intentando separarse de los espolones y los picotazos de un gallo, que como digo era casi del mismo tamaño que nosotros y que por fin había conseguido una presa fácil. Como pudo se escapó de su atacante y corrió sollozando hacia donde yo lo esperaba   aguantándome la risa.

En casa, mientras mi madre y mi tía le curaban las heridas, yo con cara de inocente le pregunté.

Primo ¿en Madrid no tenéis gallos por la calles?


domingo, 3 de octubre de 2010

El cólico nefrítico

Cólico nefrítico, oigan, cólico nefrítico. Sabéis lo que es, ¿verdad?, menos mal, de esta forma no tengo que explicarlo. Bueno, po eso, que he tenido unos diez más o menos. Los peores el primero y el último. El primero, porque no sabía lo que era hasta que llegó el médico de guardia y me puso el pinchazo mágico después de las   explicaciones. De esto hace veintitantos años. Posteriormente he expulsado los oportunos cálculo o piedra del riñón como decimos por aquí. Nada, esto sin problema, una sensación extraña, pero salen sin problema, por lo menos para mí.

Ahora, el último, el último ha sido de los buenos, tela de bueno. Empezó con el resquemorcillo en los riñones, poquito a poco. Como uno ya tiene experiencia se prepara un poco. Bañera con agua calentita y a relajarte, que ya has pasado por esto en varias ocasiones y sabes de lo que va. Pero nada. El dolor en aumento. De la bañera a la cama, a tumbarte que así duele menos. Te tomas una pastilla que dicen que es muy buena para los dolores, pero nada, estos siguen en aumento. Ahora en los riñones, ahora en la barriga, ahora en los riñones, ahora te vuelves a retorcer, ahora te estiras, ahora te duele más todavía, ahora sigue en aumento.
Mi mujer no puede más y, como ve que las pastillas no hacen el efecto que tiene que hacer, llama al médico de urgencia.

En estos momentos estamos saturados y no tenemos visita domiciliaria. Si lo prefiere le mandamos una ambulancia.

Imposible. No puedo estar estirado, ni puedo estar doblado. ¿Cómo me bajan del octavo hasta la ambulancia? En una “sillita”. Que no, que me espero, que esto  se pasará. El puñetero dolor en aumento. La experiencia en los anteriores no te sirve para nada. Este es más fuerte.
No sé cómo aguanté. Creo que fueron dos horas de sufrimiento. Estuve a punto de desmayarme. No exagero nada. Y las pastillas sin hacer efecto.
Cuando la cosa mejoró un poco, solo un poco, conseguí incorporarme y acercarme al Centro de Salud. Suerte que está a dos manzanas.

¿Cómo sabe usted que es un cólico nefrítico?
¡Porque no es el primero!

Vale, toquecito con el canto de la mano en los riñones y a ponerte la inyección en la sala de curas.
Por fin entra el enfermero. Yo, como es lógico, estaba preparado y deseando sentir el pinchazo de la aguja.

Pues yo tengo un cuñado que cuando le dan los cólicos se pega chocazos contra la pared.
Mira gilipollas (con la excusa del dolor uno se puede permitir insultos y otras palabras mal sonantes) ¿tú que crees que hago con los pantalones por los tobillos, el culo al aire, agarrado con mis pocas fuerzas a la cama y en esta postura tan indecorosa? ¿Proponerte algo, so mamón? ¡Que me pongas el pinchazo!
Es que me parece que no tengo Buscapina.
Me via cagá en to tus mulas. ¡Que me pongas ya lo que sea!

Menos mal que tenía el medicamento milagroso. Mano de santo, oiga, mano de santo.
Al poco tiempo hizo el efecto y desapareció el dolor. Con mi esposa me dirigí de nuevo a la consulta del médico para recibir las   recomendaciones.

Ya está doctor, ya no me duele, el dolor se fue. Muchísimas gracias y ahora no se preocupe que beberé mucha agua.
También puedes beber cerveza que está más buena y es muy diurética.

Tengo a mi mujer como testigo de esta recomendación del doctor. Os juro que estaba a mi lado y escuchó la frase. Que no me la he inventado.

Enormemente agradecido a tan insigne doctor abandonamos el centro de salud paseando plácidamente hacia casa. Yo no dije ni una palabra, fue mi mujer la que se atrevió a comentar: te diré una cosa, la farmacia es aquel local con una cruz verde en la puerta y no el local que tiene un muñequito gordito, vestido de rojo y con una jarra en la mano, así que cruza la calle y vamos para casa.

Y ahora, queridos amigos, me marcho a comprar el pan y de camino me pasaré por la “farmacia de guardia” a tomarme una pequeña dosis de medicina, pero eso sí, con moderación.

viernes, 1 de octubre de 2010

Carta a la Señora Ministra

Excma. Sra. Ministra Doña Bibiana Aido Almagro
Ministerio de Igualdad


Excelentísima Ministra:

Este humilde bodeguero, sin ánimos de ofender, se dirige a usted con el objeto de pedirle tenga a bien promover una nueva ley o reglamento o lo que ustedes, los iluminados ministros y iluminadas ministras hacen para el bien común de hombres y mujeres.

La solicitud de este reglamento, o ley a ser posible, es terminar de una vez por todas con  la discriminación que venimos sufriendo las personas del sexo masculino con respecto a los nombres con que designan a nuestra queridas congéneres del sexo opuesto a nosotros. Estas denominaciones o nombres con que nuestros procreadores nos inscriben, da pié a discriminación hacia los hombres y, por supuesto, a las mujeres. Si me lo permite paso a ponerle unos cuantos ejemplos.

Hay infinidad de mujeres que se llaman:

Consuelo .....................................   EL consuelo
Dolores .......................................   LOS dolores
Rosario .......................................   EL rosario
Pilar ............................................   EL pilar
Reyes ..........................................   LOS reyes
Rocío ..........................................   EL rocío
José (por lo de María José) .........   SAN José

Habrá notado que el artículo es masculino, lo que puede crear confusión y a la larga un pequeño trauma entre las féminas que tiene un nombre de varón pero que se consideran mas hembras que nuestra antigua madre EVA.

Seguro que existen muchos más ejemplos de nombres varoniles que constan en los carné de identidad femeninos, seguro que las personas que lean esta carta pueden aportar más y mejores ejemplos.

Por favor estimada Ministra, tome nota de esta carta y disponga para que sus asesoras y asesores,solucionen el tremendo problema y evite traumas para futuras generaciones.
Los hombres estamos orgullosos de  llamarnos de forma masculinas y nos gusta llamar a las mujeres de forma femenina.

Mis amigos de mili (yo soy de los antiguos, digaselo usted a su colega Carma Chacón) José Dolores y José Pilar están totalmente de acuerdo con este su servidor. Como usted se imaginará y, seguramente sabrá, a José Dolores le llamábamos "corneta", por el instrumento que tocaba en la banda, y a José Pilar le llamábamos "trespi" por un atributo masculino que tenía.

Sin animo de molestarle, y esperando tenga en consideración este escrito, se despide de usted muy agradecido.

Un Servidor de Usted.