Su esposa contestó la llamada y rápidamente
le consultó a él: -Oye, que dice mi tía que se va una temporada con mi prima y que
si queremos pasar unas semanas en su casa… pero ¿qué haces con la maleta? –Llenarla,
¿Qué otra cosa voy a hacer? Dicho y hecho.
Aún no estaba de vacaciones pero
la cosa prometía. Tendría que hacer unos cuantos kilómetros para ir al trabajo
y, lo que era peor, pasar dos veces al día por el puente del V Centenario, con
la mala leche que le daba la altura de dicho puente y la lata que da el pitido
del GPS avisándole de los radares. Pero merecería la pena. ¡Y tanto que merecía
la pena!
La casa de la augusta tía de su
santa esposa estaba situada en un pueblo del Aljarafe sevillano. Una casa
antigua, con un jardín muy grande y con una piscina con el tamaño justo y
necesario para reírse de los termómetros que nos martirizan a los sevillanos en
nuestro “querido” verano. Después de las oportunas instrucciones (tienes que
regar todos los días, no dejes entrar al gato dentro de la casa, la depuradora ponla
a diario, recógeme las hojas secas de las plantas y baldea a menudo el patio y
el jardín, utiliza el agua del pozo), tomaron posesión como fieles guardeses de
este pequeño paraíso.
Las primeras semanas compaginaba
el asueto con sus obligaciones laborales, pero una vez comenzadas sus
vacaciones disfrutó como un cochino en un charco lleno de barro. Solo había una
pequeña pega en este idílico lugar, no tenía conexión a interné. Pero tampoco
era cuestión de cargar con su vieja torre, la pantalla, los altavoces y todos
los armatostes conectados.
A la tía de su mujer se le
acabaron las vacaciones y a él también. Regresó a su pequeño piso, le tocó
limpieza general (para variar), comenzó a trabajar aunque por sus rancios músculos
corría una pesada pereza invencible, y sentado junto al Kiyo, el mamoncete del
gato que era el único que se alegró del regreso, se acordó.
Se acordó del perfume que
desprendía el jazmín recién recogido con el que su mujer adornaba las habitaciones.
Se acordó de como olían las damas de noche después de regarlas. Se acordó del
canto de aquel gallo que en un corral cercano lo despertaba para disfrutar del
día. Se acordó de los gorriones y de los
nidos de golondrinas que se quedarían vacíos porque sus moradoras preparaban su
migración. Se acordó de aquella noche, a
una hora en la que no había ni gatos en la
calle, pudo ver, como cuando era un crío, las Lágrimas de San Lorenzo y pedirle
a la lluvia de Perseidas unos cuantos deseos. Se acordó de aquellas “visitas de
familiares y amigos” que dieron para tantas historias.
Pero sobre todo se acordó de un
compromiso adquirido allá por Mayo de año 2010. Ese mes, empezó con esto de los
Blogs y conoció a un montón de personas que comparten vivencias. En su retiro
veraniego echó de menos a todos y a cada uno de ellos y después de quitarle un
poco el polvo a las mesas de La Bodeguita, se dispuso a disfrutar con esa buena
gente que merece más atención por su parte.
Así que ya sabéis, habréis descansado
estas largas semanas, pero ahora vuestra Bodeguita está abierta de nuevo y este humilde bodeguero esta dispuesto a daros
la brasa con sus historias y disfrutar de las vuestras.