Eustaquio Canales se prejubiló de su trabajo como mecánico ajustador en una fábrica de automóviles en el norte. Recogió todas sus pertenencias, vendió su piso y junto con su esposa regresó al pequeño pueblo de su infancia. Dejó atrás a sus hijos y nietos, porque sabía que sus vidas estaban enraizadas en la maravillosa tierra navarra.
Reformó la antigua casa de sus padres y se instalaron dispuestos a disfrutar de muchos años de descanso. Pero él tenía una idea en su mente que le rondaba hacía muchos años. Su padre le había dejado unas cuantas hectáreas de terreno ondulado y verde junto a la carretera de entrada al pueblo.
Dispuesto a realizar su sueño se dirigió a la sucursal del banco que estaba en plena Plaza Mayor. Al señor interventor le propuso la idea: Quiero cultivar en mi finca. El joven lo miró escéptico y comenzó a hacerle preguntas. ¿Qué tipo de terreno es? ¿Qué tamaño tiene la finca? ¿Desde cuándo es suya? Y todas las que se le ocurrieron al aburrido empleado. El bueno de Eustaquio le contestó todo lo que pudo. En fin, Canales, vamos a rellenar todo el papeleo. Haber, su finca ¿con que finca linda por el norte? Pues mire usted con la finca de la cooperativa corchera. ¿Y por el sur? Por el sur con el arroyo Culebrilla que es el que riega todas estas tierras. ¿Y ….? Y así todo un extenso cuestionario.
Después de varias semanas de estudio, el interventor lo llamo de nuevo para pedirle documentación y avales. Escrituras de propiedad de su casa y su finca, informes de los Registros de la Propiedad, declaraciones de bienes, declaraciones de hacienda, y no le pidió el certificado de honorabilidad de su madre porque no estaba seguro que existiera. Es que en su finca solo hay arbustos grandes y ciruelos silvestres que crecen por todos los lados.
Al cabo de un mes de idas y venidas le concedieron una póliza de crédito de manera que él solo pagaría intereses por el dinero que utilizara.
Comenzó limpiando el terreno, quitando las plantas que no le servían, todo ello acompañado por su mujer. Alquiló aperos, un pequeño tractor con remolque, abonos naturales y contrató temporalmente a un par de trabajadores del pueblo.
Llegó el mes de Octubre y comenzó la recolección. Aquellas ciruelas silvestres estaban rodeadas de endrinos, y estos, estaban cuajaditos de bayas. Con mucho mimo recogieron todos los pequeños frutos, los prepararon primorosamente y los enviaron a una destilería de Navarra.
Su hijo mayor hacía tiempo que invitó a un grupo de amigos y les obsequio con unas botellas de pacharán casero, hecho en las tierras del sur. Uno de estos invitados era un refutado enólogo que quedó maravillado con el sabor salvaje de aquel licor. La empresa de este señor le compró, más tarde, toda la cosecha para asegurarse la exclusividad. Y se la pagó bastante bien.
Una vez recibido el pago de la venta, el buen prejubilado se dirigió al banco con objeto de liquidar su póliza de crédito. Esta vez lo atendió el Sr. Director.
¡Hombre Don Eustaquio! Veo que el rendimiento de su magnífica finca ha sido de casi un trescientos por cien. Don Eustaquio es usted un visionario y un magnifico agricultor. He notado que el saldo de su cuenta ha aumentado en muchas cifras. Y dígame Don Eustaquio ¿Qué le parece si invierte sus extraordinarias ganancias en este su banco?
Bueno en principio me parece bien. Vamos a empezar rellenando los papeles, haber, el banco ¿con quién linda por el norte?... ¿Y por el Sur?...
(Versión libre y torpemente adornada de un chiste que me contaron hace tiempo.)