Se creían que este año se
“librarían” de las comuniones, pero no fue así, los compadres volvían a
coincidir una vez más. Gustosamente cedieron su sitio en la iglesia otras
personas deseosas de fotografiar con sus teléfonos de ultimísima generación a
los niños y niñas en este día tan especial y esperaron en la puerta del
masificado templo a que concluyera la ceremonia. –Oye ¿y ahora donde tenemos
que ir? –Mi mujer me ha dicho que junto a los viveros que hay al principio de
la carretera de La Algaba. –Si, ya me acuerdo, hay varios salones de
celebración. Y allí se encaminaron después de felicitar a los orgullosos padres
de la criatura.
Aparcaron los coches al cobijo de
los sombrajos del vivero y se encaminaron, soportando el Sol de Mayo que ese
día pegaba de lo lindo, hacia el
complejo de salones. Un arco de flores les daba la bienvenida y, junto a este,
dos azafatas-camareras les indicaban muy amablemente el lugar donde esperar a
los protagonistas del evento.
-La copa de recepción es entrado
a la izquierda.
Y hasta esa recepción se
dirigieron los amigos acompañados de sus esposas. Todas las personas que
acudían a las distintas celebraciones
esperaban a que llegaran los verdaderos protagonistas. Todos con sus refrescos,
cervezas y otro tipo de bebidas. –Compadre ¿tanta gente ha invitado Antonio a
la comunión de su hija? – Que va, es que la copa esta de bienvenida es común
para los diez salones. Ahora cuando vengan los niños nos vamos cada uno al
nuestro, en las puertas están los nombres de los invitados. – Ya me parecía a mí que no
conociera a casi nadie de los presentes.- Nada tío, que aquí estamos todos
“arrebujados” y como la película, nadie conoce a nadie.
Hubo una mirada cómplice de los
dos compañeros de correrías juveniles y sin mediar palabras se propusieron
quedar con las parientas para el próximo fin de semana. Durante el almuerzo, ya
con los familiares y amigos correspondientes y sobre todo con la radiante niña
en el día más feliz de su infancia, estos dos elementos no paraban de decirles
a sus santas que las macetas de la terraza estaban un poco mustias. -Que
pesados sois los dos con las plantitas de las narices. –Di que si, hija, que
este se ha propuesto plantar tomates en un macetón grande que tenemos vacío. –Pues
nada, aquí junto hay un vivero, ahora cuando terminemos os pasáis y compráis
las macetas que os dé la gana. –No cariño, hoy no es el momento, el sábado
próximo venimos los dos y a ver que buscamos.
Y llegó el siguiente fin de semana. ¿Alguien duda que estuvimos, digo
estuvieron, en el vivero?
-La copa de recepción es entrado
a la izquierda.
-Gracias, ya lo sabemos,
estuvimos aquí la semana pasada.
Mientras “esperaban la llegada de
los niños”, recordaron travesuras antiguas, brindaron por los ausentes y los
presentes, revivieron momentos de su juventud y aquella caradura que gastaba cuando jóvenes. –Compadre el
tiempo no pasa en vano. –Tienes razón compañero, ahora no nos atrevemos a hacer
lo que hacíamos con veinte años. –Tú lo has dicho, hoy en día no nos atrevemos,
¿quieres otra cervecita? –Eso no se pregunta.
Al pasar por el arco de flores,
junto a las dos azafatas-camareras, lo dijeron alto y claro:
-Venga tío, vamos a por el regalo
del niño que va a empezar la celebración.
Dicho y hecho, llegaron al coche,
se metieron dentro y pusieron rumbo a la casa de uno de ellos donde esperaban
sus sufridoras.
-¡Ostia tío! ¡Que no llevamos
macetas!
-Nada les decimos que no nos
gustaron. Oye, ¿venimos el sábado que viene a tomar cervecitas de válvula?
- ¡Compadre! Eso es abusar ¿no? Mejor
para dentro de quince días.