Mi hija y dos amigas quedaron
para cenar en un restaurante chino al que suelen ir de vez en cuando,
aprovechando los últimos días sin clases en la facultad. Los días entre semana
suele estar muy tranquilo y con poca gente. ¡Y tan poca gente!, ellas tres solas,
Estrella, Sonia y Paula, el dueño del local y un chino, de edad indeterminada y
la cara más rara que pueda tener un Sr. inmigrante del país oriental. ¡Mira
ese, es “Chakichan” en feo! Pero si
“Chakichan” no es guapo precisamente. Por eso lo digo.
Terminando el primer plato, se
les acercó el propietario y, un poquillo nervioso, no paraba de decirles: Comel
tlanquilas, sin plisas. Las tres pensaban lo mismo ¡que pesado es! Y ahora
viene lo mejor.
Tlanquilas, comel despacito.
Lepaltidol taldal mucho. Yo tenel otlo pedido que selvil. Pol favol, si suena
teléfono ustedes cogel. Tomal nota, después yo atendel llamada. Él no halblal
español, no entendel.
Y antes de que se dieran cuenta,
había cogido una bolsa de plástico llena de comida en cartón, el casco de la
moto y salió disparado por la puerta. Las tres solas en el restaurante con el
“Chakichan” feo y alucinadas por lo subrealista de la situación. Mirándose sin
decirse nada, empezaron con la risa nerviosa de lo ridículo del asunto.
En esto suena el teléfono. Mi
hija Paula, que afortunadamente no ha heredado de mí los genes de la caradura,
miró a Estrella en busca de una solución. Estrella es la más reflexiva de las tres, por lo que enseguida le dio con
el codo a Sonia, que es la que tiene más desparpajo. Esta última miró al chino
feo que ya estaba haciendo gestos con las manos para que
atendieran la llamada. Muerta de risa se levantó, se acercó al mostrador,
descolgó el auricular y dijo:
-¿Dígame?.... ¡Anda! Ha colgado.
Sus dos amigas estaban muertas de
risa. A punto de levantarse para visitar los servicios del restaurante. Pero
Sonia ¿Cómo se te ocurre decir ¡dígame!? Tienes que decir “comida china,
digame”. (Esta que habla es la “prudente” de mi hija). Su amiga Estrella
apuntilló un poco más: Claro hija, y además coge un papel y un boli para tomar
nota del pedido.
A los pocos minutos volvió a
sonar el teléfono. Esta vez era un inalámbrico que el “Chakichan” feo tuvo la
gentileza de acercarles a la mesa, hablándoles todo nervioso en el idioma cantonés
y haciendo aspavientos. Paula y Estrella seguían a lo suyo, a reírse todo lo que
podían y sobre todo, viendo la cara del chino.
-COMIDA CHINA, DIGAME.
- Mira, que hace un buen rato
hice un pedido de cerdo agridulce, Chao-sao, hormigas suben al árbol,…
- ¿Y?
- Es que se nos olvidó las
bebidas. ¿Podrías enviarnos también dos coca colas y dos cervezas?
- Vale, tomo nota, te llamamos.
El “Chakichan” les sonreía. ¡Que
dentadura! Y ahora se preguntaban qué es lo que tenían que hacer cuando llegara
el jefe. ¿Qué hacemos? ¿Se lo decimos? Claro el guardián del templo se lo
contará nada más que llegue.
A los postres llegó el
propietario. ¿Pedido? ¿Pedido? Sí hijo, sí, toma aquí tienes el papelito donde
lo hemos apuntado. Anda, llámalo y hablas tú con él.
Han decidido volver al
restaurante, pero solo cuando esté lleno de gente, para que les toque a otros
hacer de recepcionistas; no por lo curioso de la situación, sino porque el
buen chinito mandarín de las narices ¡ni siquiera las invitó a una bolsita de
pan de gambas! Se limitó a ponerles una botella, con un lagarto con las tripas
fuera y decirles:
-Un chupito glatis, un chupito
glatis.