No quiero pecar de oportunista
con la publicación de esta entrada. Por lo visto hoy, o en estos días, se está
celebrando, si esto se puede celebrar, el día mundial de los sin techos. Pero
lo cierto es que de la historia me he entrado por pura casualidad durante esta
semana.
Resulta que al final de la
avenida de las Casillas, en el cruce con lo que los sevillanos llamamos ronda
supernorte (SE35) hace muchos meses, años diría yo, vivía un hombre justo en
los jardines de los últimos bloques del barrio. Entre los pocos árboles, los
setos y los arbustos, tenía su hogar. Hogar, vamos a llamarle hogar a unas
cuantas cajas, mantas, plásticos y los enseres que encontraba por la calle. No
molestaba a nadie, vivía de lo que los vecinos con corazón le facilitaban. Pero
un día deje de verlo. No pensé en lo peor, pensé que los servicios sociales se
habían hecho cargo de él. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurrió fue que
arreglaron los jardines y el buen hombre tuvo que trasladarse de sitio. Justo
enfrente, al otro lado de la calle, junto a la valla que cierra lo que antes
era el hospital psiquiátrico.
Allí lo vi de nuevo, el lugar no
era adecuado. No tiene árboles, ni arbustos ni setos. Como podía colgaba sus
plásticos, sus cartones y a “vivir” sin moverse de sus tristes y pocas posesiones.
Te parabas en el semáforo y siempre lo veías. Mientras la luz roja te obligaba
a detenerte, tú conciencia de ser humano, por unos segundos te hacía pensar en
el frio, en el calor, en la miseria, en el pobre hombre. Unos segundos, hasta
que la luz se pone en verde y sigues tú camino, con tus preocupaciones y tu
vida cómoda a pesar de todo lo que te falta y no tienes y pensando en echar
gasolina no sea que el coche se te ponga en reserva y te olvidas de este
hombre.
Creo que fue el martes cuando
entré al barrio por esta zona. Instintivamente miré hacia el lugar donde
acampaba el buen hombre y me encontré con esto
No me quise acercar por respetar
la intimidad del buen hombre y desde lejos eché la foto con mi móvil. Me llamó
la atención el refugio y la limpieza que lo rodeaba y me alegré que algún
organismo público preste soluciones provisionales a las personas necesitadas.
Más tarde, en la tranquilidad de la barra de un bar tomando un café, le enseñé
la foto a un buen amigo. Al verla
sonrió y me dijo: ¿te has dado cuenta? ¿De qué? Pregunté. Cogió su teléfono y
me dijo que mirase el guasa. Y aquí
está el resultado.
-¡Pero si este es el logo de los
toldos que tu fabricas!
-Sí, eso lo hemos hecho nosotros.
Yo paso todos los días por allí. Me da pena ese hombre. No se mete con nadie,
está solo malviviendo entre basura. Tenía que hacer algo y se me ocurrió
fabricarle una pequeña casa y tenía que hacerla bien. Tiene su plataforma
elevada para separarla del suelo. Tiene su cremallera para que pueda cerrarla y
guarecerse mejor. La tela está plastificada para la lluvia. Se la montamos mi
hijo y yo y fíjate como es la cosa que cuando le estábamos tirando todo lo que
tenía se acercó un vecino para ver lo que estábamos haciendo y de camino
traerle un papelón de pescaito frito. También le compramos un colchón pero
parece que no lo quiere, será lo del Diógenes ese, pero cuando pase y no esté,
le tiro el viejo, que te puedes imaginar cómo está, y le meto el nuevo que lo
tiene al lado del refugio.
-¿Y esto no se lo has contado a
nadie?
-¿Para qué? Lo hemos hecho porque
podemos, porque queremos y porque no cuesta nada ayudar a los demás. Dicen que
este buen hombre fue de los primero desahuciados del barrio y, en su
enfermedad, no se quiere mover de allí. Otros dicen que fue el último interno
de manicomio y cuando cerró no tenía otro sitio donde ir. De todas formas esto
son leyendas urbanas, lo cierto es que el hombre necesitaba ayuda y, en las
medida de mis posibilidades yo se la he dado.
Mi amigo se llama Javier, un pequeño
empresario sevillano de los que da gusto conocer. Necesitamos muchos como Javi,
así le llamamos, personas anónimas, pequeños empresarios que ayudan a los necesitados y no salen en la
prensa ni en las televisiones haciendo millonarias donaciones para quedar bien
y de camino ahorrarse algo de impuestos. Quedan gente buena y Javi es uno de
ellos.