Como todos los años, la
distribuidora de productos de alimentación, celebraba la tradicional cena de
Navidad para los empleados. Reservaba un pequeño restaurante a las afueras de
la ciudad. Iban todos: las dos chicas
de la oficina; Gutiérrez, el contable; los cuatro vendedores; el joven jefe de almacén;
los tres almaceneros y los seis o siete repartidores. Presidiendo la mesa, como
siempre, el sr. Gerente. Persona un tanto altanera, a la que siempre había que
reírles sus chistes y sus gracietas. Destinado en la ciudad como “premio” a su
gestión al frente de uno de los departamentos comerciales de la central.
La cena solía terminar todos los
años de la misma manera. Se formaban grupos que seguía la noche por su cuenta.
La gente joven, las chicas, el jefe de almacén y un par de repartidores, solían
marcharse a tomar copas a algunos de los bares de la orilla trianera del río.
El resto, encabezados por el engominado jefe, aprovechaban estas reuniones de
empresa para hacer varias visitas a los “bares de colores”. Todos, menos Gutiérrez.
Gutiérrez era el primero en
marcharse de la cena. De mediana edad, bajito, delgado, con una incipiente
calvicie, soltero, sin pareja que se supiera. Hombre cabal, callado, trabajador,
metódico, puntual. Era el primero en llegar al trabajo y también era el primero
en irse, eso sí, siempre a su hora, no sin antes dejar encima de la mesa del
director, todos los informe que este le había pedido. Sus compañeros le
apreciaban por la seriedad que mostraba en el trabajo. Guti que aburrio eres,
aburrio y triste. Estas deseando llegar a tu casa para sentarte enfrente de la
televisión. Mira los comerciales, después de estar todo el día en la calle,
dando vueltas, se quedan hasta tarde charlando y bromeando con el jefe, le solían
decir en tono cariñoso.
Aquella noche, después de haber
seguido la fiesta por su cuenta, el jefe de almacén acompañó a una de sus
compañeras a su casa. Parados en un semáforo, en un barrio residencial, vieron
como salía de un portal un señor bajito y delgado. -Mira, se parece al Guti. - No
es que se parezca, es que es Gutiérrez. -¿Y que hace por aquí? Miraron al portal
y se dieron cuenta que era donde vivía el gerente. -¿Oye, aquí no es donde vive
el jefe? -Si, en el primero. Cuando alzaron la vista vieron a una mujer asomada
al balcón, cubierta con una elegante bata y sus morenos pelos enmarañados. Con
una sonrisa le lanzó un beso al bueno de Guti, y este se lo devolvió con una
sonrisa cómplice mientras se metía en su coche.
En el trayecto a casa de la chica
no pararon de reírse. Empezaron a recordar situaciones. Los inmensos informes
que les presentaba siempre a última hora. La poca gracia que le hacia los
chiste machista del engominado. Lo puntual a la hora de salir. La cantidad de
viajes que le organizaba. No se podían imaginar que una persona tan anodina
como su contable, aunque muy buena gente, fuera el amante de la mujer del jefe.
Nunca comentaron al resto de
compañeros su descubrimiento. Fue su secreto durante el tiempo que trabajaron
juntos.
Al cabo de los años se volvieron a encontrar
una noche finalizando otra cena de empresa y recordaron viejos momentos
vividos.
-¿Qué fue de la gente?
-Cuando la empresa decidió cerrar
la distribuidora, cada uno se buscó la vida como pudo. Casi todos encontraron
trabajo en otras distribuidoras. Yo me fui a trabajar a la empresa de mi novio,
que hoy es mi marido. El jefe lo destinaron a la central y acabó divorciándose,
su mujer no quería moverse de aquí.
-¿Y el Guti?
-¿Gutiérrez? Ni idea. Me dijeron en una ocasión, que
trabajaba como administrador en una explotación agrícola cerca de Salamanca propiedad
de una persona de gran alcurnia. Conociéndole como lo conocimos aquella noche
no quiero ni pensar…. ¿Por cierto? ¿Contaste alguna vez lo que vimos?
-Nunca lo conté compañera, ni lo
conté ni pienso contarlo.