Calle Judería, Sevilla
Autor de la fotografía: J. A. Alcaide (otros-viajes.blogspot.com)
Bajó la persiana metálica que
sellaba la puerta de la pequeña tienda de cerámica y se dispuso a marcharse a
casa después de un largo día de trabajo. Siempre que era víspera de festivo, su
jefa la dejaba a cargo del negocio, pero aquella tarde había tenido más trabajo
del habitual. Nunca cerraba tan tarde pero tenía que aprovechar el paso de
visitantes y en estas fechas las calles del barrio estaban particularmente
concurridas. Se cercioró que estaba
cerrado el local y se dirigió con su bolso bien agarrado a coger el
autobús junto a los cercanos Jardines de Murillo. Pero a unos cincuenta pasos
los descubrió.
Apoyados junto a la muralla de la ciudad, que en otra época
traía el agua de los Caños de Carmona hasta el Alcázar, estaban los dos. El
callejón de Agua es una calle muy transitada durante el día, pero a estas horas
de la noche y con tan poca luz, pocos paseaban por él. Encima sus gafas para
ver de lejos se las había dejado dentro del local. Pero lo que vio no le gustó.
Dos figuras oscuras, completamente de negro, mirando algo que uno tenía en las
manos, parados lejos del pequeño farol. Decidió coger la dirección contraria y
encaminarse por el recorrido más largo.
Su corazón empezó a latir con fuerza al notar como sonaba los pasos de
las dos figuras negras acercándose.
Giró a la derecha por la calle
Vida, esperaba encontrar abierta la tienda de recuerdos que estaba en la que
todo el mundo conocía como Plaza de las Cadenas, pero se la encontró cerrada.
No se lo pensó, entró por el arco que daba acceso a la sinuosa calle Judería no
sin antes pararse un instante a escuchar si les seguían. Seguían sonando
aquellos pasos por las calles empedradas.
En el silencio de la calle solo
se escuchaba el gorgoteo del agua de la pequeña fuente del rincón de unas de
las torres del Alcázar, el agua y unos pasos cada vez más cerca. Y ahora venía
lo peor. Una especie de túnel con un recodo la esperaba al final. Pasó
rápida por los arcos escuchando el eco que sus zapatos de tacón producían. Al
final de aquel interminable callejón, por fin se adentró en el Patio de
Banderas. Sentía cada vez más cerca a
sus perseguidores, pero no se atrevió a acercarse a las pocas parejas que,
desafiando al frio otoñal, se entregaba a escarceos amorosos sentados en los
bancos. La impresionante imagen de la Giralda iluminada sobresalía por los
tejados y le servía de faro y de guía. Hacia ella se encaminaba dispuesta a
salir corriendo en el momento que su acelerado corazón se lo permitiera. Solo
una puerta, siempre abierta, le separaba de sus acosadores y la acercaba al resto del mundo.
Fue justo en la puerta, antes de
salir a la Plaza del Triunfo, cuando las dos sombras se pusieron a su lado.
Armada de un valor que ni ella misma se reconocía, se paró, aferro su bolso con
ganas y se dispuso a gritar todo lo fuerte que pudiera, no sin antes mirarlos
detenidamente, de abajo a arriba, para quedarse con todos los detalles. Zapatos
negros, unas calzas de otra época y unos pantalones bombachos atados a la
altura de la rodilla. Una especie de jubón les cubría el torso, todo ello de
negro azabache. Sobre el jubón una capa
que casi les llegaba a los pies y sobre la capa infinidad de escudos, emblemas
y divisas. Uno portaba en la mano un
artilugio desde el que salía una voz.
-¿Dónde os habéis metido? Los de
Derecho ya han empezado a cantar. Aligeraros que no llegáis a tiempo, que la
televisión conectará en directo cuando nos toque a nosotros.
Las dos sombras siguieron su
caminar hacia donde había un numeroso grupo ataviados de la misma guisa. Ella,
respirando e intentando recuperar el resuello, lo recordó. Cada año, la noche antes del Día de la Inmaculada Concepción, junto al Archivo de Indias, la
Catedral, los Reales Alcázares, el Antiguo Hospital del Rey y el Convento de la
Encarnación, a los pies de la imagen que esculpiera a principio del siglo XX
Lorenzo Coullaut, después de una ofrenda floral, se reunían las Tunas de la ciudad para
cantar y más tarde salir de ronda por
los distintos “sagrarios” de copas.
Se quedó un buen rato, esta vez
rodeada de gente. Respiró tranquila y se acordó de aquellas dos “sombras” que
casi llegan tarde a interpretar las coplas que llevaban años repitiendo, pero que le dejaron un escalofrio casi perenne en la espalda.
Cuando se marchó camino del
autobús nocturno, sonrió cuando a lo lejos escuchaba aquello de…
Sevilla tuvo que ser
Con su lunita plateada,
Testigo de nuestro amor
en esta noche callada.
¡¡ Llevátelo a papel !!
Me has tenido en vilo hasta el final... está claro que donde no lleguen Tunos... y eso hay gente que dicen que son una especie en peligro de extinción, un saludo y gracias por el viaje virtual a Sevilla.
ResponderEliminarjajaja.Que bueno Naranjito.Que bonita tradición la de las tunas.Un abrazo
ResponderEliminarMi querido Naranjito, tenía el "corazón en un puño" esperando lo peor (no sabría decirte el qué) pero menudo alivio que, imagino, será menor que el de ellla tras el susto.
ResponderEliminarCuando era jovencita tenía la ilusión de que la tuna de la universidad me cantara una canción...snif snif..tendré que ir a Sevilla el año próximo.
Besotes.
Por cierto la foto es preciosa.
Naranjito, te superas en cada Entrada.
ResponderEliminarUn buen relato que es digno de este otro genio del suspense como tu, que creo se llama Alfred Hitchcock.
Veo que el callejón de la foto, se parece a uno de mis cuadros
Menudo susto se llevó la pobre señora.
ResponderEliminarLas anécdotas, con tus palabras, son más interesantes, Naranjito.
Saludos tunos.
Estuve con los pelos de punta hasta el final de la historia, es decir, hasta donde la pobre mujer identifica a las "sombras". Pufff, qué manera genial de contar tus historias, Naranjito... yo me había preparado para pegarle un par de castañazos a los supuestos abusivos :)
ResponderEliminarBuenísimo, como siempre.
Besos.
Te has lucido Naranjito, me has tenido al borde de un ataque de nervios durante toda la historia. Mis felicitaciones, eres un gran escritor y narrador.
ResponderEliminarUn abrazo
Bien Naranjito, bien.
ResponderEliminarSaludos.
BUENO AMIGO MENOS MAL QUE LA HISTORIA VENÍA DE FESTEJOS, PUES YA ME HABÍA PREPARADO PARA GRITAR JUNTO CON LA PROTAGONISTA, MUY BUENA NARANJITO, ME GUSTÓ MUCHO QUERIDO AMIGO, TE ABRAZO
ResponderEliminarAains, el final me ha encantado. Me encanta la tuna, hay mucha gente que no la soporta, pero me encanta…
ResponderEliminarHace unos años pasé una gran noche con una amiga viendo todas las tunas que pudimos… desde entonces por H o por B no he podido hacerlo otra vez… a ver si el año que viene…
Kisses
Mamé: ¿en peligro de extinción? po estuve en una boda el otro día y aparecieron unos cuantos cantando. Y lo mejor fué al final cuando pasó uno la pandereta entre los comensales. Aunque para serte sincero, no me parecían muy estudiantes.
ResponderEliminarUn abrazo, compañero.
Paco, aunque sea solo por estas fechas, merece la pena pararse un ratito y escucharlos.
ResponderEliminarUn saludo.
Susana, para que una Tuna, de las de verdad, te cante una canción no hace falta "ser jovencita". Sevilla siempre te esperará.
ResponderEliminarUn beso.
Manolo: quería utilizar una de las fotos que tienes a tus cuadros para ilustrar la historia. Pero tus óleos desprenden luz y alegría y no me atreví.
ResponderEliminarUn estrechón de manos.
Dyhego: de sustos nada, que esto es la Bodeguita, donde nos sentamos a pasarnoslo bien.
ResponderEliminarSaludos tunantes también para ti.
Querida Liliana, a la protagonista de la historia aún se les ponen los pelos de punta. Y encima tiene un novio que estudia medicina ¿Se apuntará a la Tuna de la Facultad?
ResponderEliminarCreo que no.
Un abrazo.
Verdial: me has alegrado el finde, perdón el fin de semana. Al final me creeré eso de narrador.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarD. Rafael, cuando los azahares perfumen de nuevo nuestra bendita Sevilla, te prometo una entrada para disfrutar de unos jardines que hay junto a la muralla del Alcázar. A lo mejor te suena de algo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Querida Abuela argentina, yo si que te abrazo desde mi ciudad.
ResponderEliminarGrácias.
Querida Gatilla, no te preocupes, seguro que el año próximo tendras a una legión de tunas dispuestas a "rondarte". Aunque para rondar a una Gata, cualquier época del año es buena.
ResponderEliminarSaludos gatunos (clavelito, clavelito, clavelito de mí corazón)