Pues resulta que mañana día 30 es
el cumple de mi Princesa, y a ver como lo cuento para que la gente se lo crea.
No lo de su cumpleaños, que eso es creíble, sino cómo fue que llegó para
alegrarnos a todos, incluido a su hermano al que le hace una jartá la puñeta. Bueno, creo que los dos se ponen de acuerdo
para hacerme la puñeta a mí. Pero eso es otra historia. Al grano, un pequeño
resumen de lo acontecido el día 30 de Diciembre de 1990 (lo siento Paula, pero
como no me dejas publicar fotos tuya, por lo
guapa que eres, ahora to er mundo
se enterará de los tacos que cumples).
18:00 P.M. (es decir, a la hora de la merienda). Un servidor viendo
la tele con mi churumbel el mayor dormido entre mis “fuertes” brazos. Mi
parienta planchando. Con el barrigón que tenía no se le ocurre otra cosa que
planchar la ropa un domingo por la tarde. –Tengo
unas molestias en los riñones. – ¡Pero si te falta un mes! –No sé, ¿y si vamos
al hospital y que me digan algo?
18:15 (y sin merendar) Cojo
a mi esposa, mi churumbel el mayor, que
entonces era chiquitito chiquitito, la maleta con todos los avíos de las
parturientas y pongo rumbo al Hospital Maternal, no sin antes hacer las
llamadas pertinentes. A mis suegros, a mis padres, a la Tata, a una amiga
nuestra matrona… La SE30 sin tráfico y mi peuyó
205 volando en medio de los solitarios tres carriles de circunvalación de la
ciudad.
18:25 (más o menos, no seamos tiquismiquis) En la puerta del
hospital nos esperaba la Tata de mi niño, que posteriormente se convirtió en
comadre, madrina de mi Princesa. –Pepa,
anda saca el coche del hospital y me lo aparcas bien que nos quedan muchas
horas por delante y no quiero que se lo lleve la grúa .Ahora no vemos dentro.
Y allí me quede solo con mi mujer apretándome
el brazo y mi niño alucinando. -¿No
hay celadores? Ni uno, no había nadie. Por los jardines se acercaban un par
de enfermaras, seguramente venían de tomarse un cafelito reconfortante (y mi
niño y yo sin merendar), que rápidamente la sentaron en una silla de ruedas y
me dijeron eso de da los datos en admisión. Mi hijo seguía alucinando y más cuando
vio a su madre perderse por el pasillo respirando muy raro y con las manos
puestas entre las piernas como si sujetara algo.
18:35 (eso dicen los papeles de admisión) –Caballero, pase usted a la sala de espera que ahora le avisarán por
megafonía. Con mi niño en brazos y la maleta en una mano, me dirijo por el
largo pasillo a esperar las noticias y regresar pronto a casa. Totá todavía le queda un mes.
18:40 (se tarda más tiempo en aparcar cerca del hospital que en
llegar desde Pinomontano hasta el Virgen del Rocío) Mientras a través de los
ventanales de la sala de desespera,
veo cómo se acerca nuestra futura comadre, escucho por de megafonía eso de familiares L.C.L. (están son las iniciales
de mi parienta) pasen por información.
Y allí se presenta el tío con su niño en brazo. –Enhorabuena, su señora ha tenido una niña y están las dos muy bien.
–Espera, mi mujer ha entrado hace cinco minutos, ¿no te abras equivocado? –No
creo que tengamos a dos señoras que se llamen L.C.L. Dentro de un ratito las
podrá ver. Atontao, alucinao, asustao,
me siento de nuevo, seguramente con cara de gilipollas (con perdón). En esto
que llega la Tata, coge a mi niño y con cara de guasa dice. –Las uvas nos las tomamos en el hospital,
¿te han dicho algo? –Sí, que dentro de una hora podremos verlas, que tu amiga
ya ha pario.
19:00 (creo, en esos momentos estaba alucinando) Empiezan a llegar
mis suegros, mis padres y para de contar. Un domingo previo a fin de año la
gente estaba ilocalizable pensando en los cotillones y las campanadas. Todos
decían lo mismo. –Ahora a esperar. –Si, a
esperar para verlas. -¿Qué?
19:30 (¡por fin! Después de hora y media desde que salimos de casa)
En un pasillo, camino de la habitación, la vimos por primera vez. La niña más
bonita, más chiquitita, y más tranquilita de todas las niñas.
Pero aquí no se acaba la
historia.
¿Habéis echado cuenta del tiempo
transcurrido desde que mi mujer estaba planchando hasta que me llamaron por
megafonía? Poco ¿verdad? Po sigo
12:00, 31 de diciembre (justito al día siguiente) Me presento en el
hospital para arreglar los papeles de los pases de visita y permanencia que,
cosa rara, no tenían preparados. –Caballero
suba usted a la habitación y después se pasa para arreglar lo de los pases.
Cuestiones burocráticas en fin de año, mal asunto. ¿A que no me puedo quedar
esta noche con ellas? Llego a la planta, me encamino a la habitación y me
encuentro con mi esposa con la misma ropa con la que había salido de casa horas
antes y con nuestra princesita en brazos. -¿Qué
haces? ¿Ya estas cogiéndola? ¿A qué se acostumbra a los brazos? Después te
quejaras. –Cállate tonto, que nos han dado el alta. ¡Que nos vamos a casa! –Pero si la ropa dela niña la traigo yo
ahora. –Déjalo, me han dado una mantita, ahora la visto cuando lleguemos.
00:05 (después de atragantarnos con las uvas) Nos acercamos a la
cuna los tres, le dimos un beso y le mojamos la frente con una mijilla de champán. Paula ya estaba con
nosotros.
Felicidades Princesa.