(Basado en una historia real)
Selbe, Amadou y Hadjibou no
aguantaban más. Llevaban varios meses en el Centro de Estancia Temporal de
Inmigrantes en Ceuta y esperaban su oportunidad para cruzar el estrecho y
llegar al país donde creían que conseguirían una vida mejor. Lejos quedaba su
Senegal natal, sus familias, sus miserias. Aunque para los europeos eran
menores de edad, en su poblado habían realizado todos los rituales de tránsito
para convertirse en hombres. Años escuchando a los mayores las bondades del
país donde podían ver televisión cuando quisieran; donde, para acudir a los
médicos, no tenían que andar horas y horas. Un país donde podían elegir un
trabajo y mandar dinero para sus seres queridos. Un país, en definitiva, en el que estarían unos años para regresar
como héroes a su tierra.
Tras semanas andando por
terrenos angostos y alimentándose con lo poco que podían mendigar en las pocas
aldeas que se encontraban, llegaron a Marruecos. Sabían por otros que como
ellos se habían lanzado a la aventura de una vida mejor, que en este país
podían encontrarse con personas que se aprovecharían de ellos y que
involucrarían a sus familias para cobrarse el importe del viaje. Ellos no
estaban dispuestos a eso. Con muchas penurias consiguieron llegar a la frontera
de Ceuta. Por pura casualidad entablaron contacto con gente de su país. Estos
le indicaron que lo mejor que podían hacer era intentar pasar la frontera y
llegar a la ciudad española. Al ser menores de edad, no les podía pasar nada. A
lo sumo los tendrían recogidos durante varios años, ya que ellos no tenían
documentación, “no papeles, no papeles”.
Ayudados por ruedas de coches se
echaron a la mar. Apenas sabían nadar
pero el riesgo merecía la pena. Cada patada que daban al agua los acercaba más a
la tierra prometida. La playa estaba a pocos metros. Veian con alegría una
serie de personas que los esperaban en la orilla. Unos con un uniforme azul
oscuro y unas gorras con un escudo dorado. Otros con trajes rojos que les
recordaban a los médicos del dispensatorio de medicina de su poblado. ¡Lo hemos
conseguido!.
Después de una semana en el CETI,
se dieron cuenta de la realidad. Estaban retenidos a la espera de mandarlos de
nuevo a sus casas. Sería cuestión de meses, pero tarde o temprano regresarían a su poblado. Durante su estancia en el
Centro, escuchaban historias de todo tipo: lo mejor es colarte en un camión
cuando regrese a la península, te metes debajo, donde la rueda de repuesto y
cuando el camión pase la frontera y pare, te bajas y ya estás en España. No lo
mejor es meterte en un barco, escondido en la parte de dentro. Si es un
pesquero mejor. Esos van y vienen todos los días.
Una noche, aprovechando la
“libertad” que tenían para entrar y salir del CETI, lo decidieron. Cenaron, cogieron la poca ropa que les había facilitado la Cruz Roja y salieron
por la ventana. Sabían dónde dirigirse.
La oscuridad de la noche los ayudaría. La antigua verja tenía un pequeño
hueco por donde se colaban muchos días compañeros suyos. Agazapados como los
animales salvajes que tantas veces habían visto, se acercaron a un pesquero que
repostaba combustible atracado en el muelle de Levante. Pocas luces en el
interior del barco y un solo marinero, junto al portalón, hablando con el
encargado de la manguera de combustible. Sigilosamente se acercaron a proa. La
marea alta les facilito el salto por la borda y en seguida encontraron una
escotilla abierta. A oscura, bajaron por
varias escaleras empinadas hasta llegar a una bodega donde guardaban muchos
fardos cubiertos por una lona verde. Destaparon uno y se metieron dentro.
Dentro de unas horas estarían en
un pueblo pesquero en la península. Comenzaría su nueva vida.
Hay que ver lo que pasan estos pobres, por haber nacido en un sitio del que tienen que irse en busca de un mundo mejor.
ResponderEliminarY en esto no se puede escoger.
Nos hemos puesto de acuerdo, para relatar
echos reales.
Saludos manolo
Triste realidad, Naranjito.
ResponderEliminarSaludos.
Si decimos lo que realmente pensamos, no pueden tachar de intransigente.
ResponderEliminarPor haber visitado alguno de estos países, he de reconocer, que la realidad, no es la que nos pintan los medios de comunicación y las ONG, estas interesadas alguna de las veces, mas en su negocio, que en la ayuda.
Yo he visto a los niños, en esos países, ser felices y patalear menos que los que tan "civilizadamente educamos".
Sean transigente conmigo.
gracias.
Lo malo, Manolo, es que no saben lo que es "un mundo mejor".
ResponderEliminarUn abrazo.
Dyhego, tela de triste y lo peor es que seguiran intentandolo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pus sí, querido choquero, tienes toda la razón. Y sobre algunas ONG, ojo, solo algunas, mejor ni comentamos.
ResponderEliminarUn saludo, compañero.
Los niños y jóvenes sólo tienen la culpa de querer vivir, somos los adultos los que les cortamos las alas de las ilusiones, y esto pasa en cualquier país del mundo... ¡Qué historia, Naranjito!
ResponderEliminarBesos.
P.D.: ¡Si sabré yo lo que son "algunas" ONG! Podría escribir un libro al respecto hoy mismo...
Querida Liliana ellos se empeñan en vivir y los mayores en fastidiarles.
ResponderEliminarUn abrazo.