Para Luque era su penúltimo día
de trabajo en los Juzgados. Cerca de cuarenta años como funcionario del
Ministerio de Justicia y ahora, por fin, descansaría y sobre todo disfrutaría
de sus nietos. Durante estos años había
estado en todas las dependencia posibles. Desde un pequeño juzgado perdido en
un pueblo, hasta en la sede central de la capital. En esta llevaba 20 años y
era conocido por todos. Su trabajo consistía, entre otras cosas, en transcribir
las declaraciones del Juzgado de Guardia y pasar los informes
correspondientes al Juez Instructor.
Desde los Guardias Civiles de la puerta hasta las limpiadoras del edificio,
pasando por abogados, jueces, policías, compañeros funcionarios; todos le tenía
en gran estima y aprecio. Se lo había ganado a pulso. Siempre dispuesto a
ayudar a los compañeros, a cambiar una guardia; a echar una mano cuando el
trabajo se acumula, cosa por otra parte muy común; a buscar ese expediente que
casi nunca aparecen. Había visto y oído las miserias y las grandezas de la
condición humana. Desde un simple robo de gallinas hasta los crímenes más
cruentos que una persona pueda imaginar. Trabajo rutinario pudiera parecer,
pero él creía en las personas y sabía que la mayoría de la gente es buena y que
solo “usan” el juzgado para bodas, registros civiles y otros asuntos más
llevaderos.
Varios compañeros se ofrecieron a
hacerle la guardia en su penúltimo día, pero
se negó. Siempre al pié del cañón. Para colmo el sistema informático se
fastidió ese día. Pero como él era de la vieja guardia cogió una máquina de escribir, que le costó la misma
vida encontrar, y se dispuso a realizar su trabajo, esperando que fuera una
noche tranquila.
Fue la policía la que trajo al
energúmeno. Lo habían detenido después de una persecución por la calles del
centro, tras haber pegado un tirón a dos pobres turistas y robarles una pequeña
mochila con sus pertenencias: la cartera, planos de la ciudad, cámaras de
fotos, botellas de agua, un brazo magullado…
Tras tomarle declaración,
comprobar los antecedentes (14 detenciones por robos similares), mirar su
dirección de notificaciones desconocida
por Correos, rellenar todos los impresos y atender las peticiones del abogado
de oficio asignado, cogió la vieja máquina y los papeles pulcramente escritos y se encaminó a la segunda planta donde estaba
el único ordenador que funcionaba medianamente bien. Encima, los ascensores
estaban de mantenimiento esa noche. Pero tampoco le importaba, escaleras
arriba, a copiar todo de nuevo y a esperar a su compañero del siguiente turno
que sabía que le relevaba temprano. En
las escaleras fue donde se cruzó con el detenido. Iba acompañado del abogado
después de hacer otra diligencia en la primera planta. No pudo evitar mirarlo.
El arrestado, sonriendo, también lo miró.
¡Pringao! ¡Aquí te quedas! Que yo
me piro a mi queli, Ya sabes lo que tienes que hacer, viejo. Que me voy a coger
el autobús y a darme un garbeo por ahí.
Luque era tranquilo, muy
tranquilo. Nadie sabe lo que se le pasó por la mente en ese momento. Puso pausadamente la máquina en el suelo,
colocó encima los legajos y le pegó una patada en la parte del cuerpo donde más
nos duele a los hombres. Lo dejó retorciéndose de dolor y al joven e inexperto
abogado voceando sin saber qué hacer. Recogió su máquina, sus papeles y tranquilamente
siguió su camino a su despacho, cabizbajo.
Días más tarde, en la cena
homenaje al funcionario jubilado, alguien pregunto sobre un incidente
ocurrido en las escaleras del Juzgado. El teniente González de la Guardia Civil
comentó que él estaba aquel día y no
recordaba nada, solamente lo habitual de un juzgado de guardia. El decano de
los abogados dijo que no le constaba nada raro en el turno de oficio. Varios de
los jueces que se encontraba en la cena ratificaron que el día había sido de lo
más normal. Los funcionarios se miraban unos a otros con caras de extrañados y
decían que tampoco sabían nada. María
José, la encargada de la limpieza del edificio se quejaba de que algunas de sus
subalternas olvidaban poner el aviso de escalera mojada cuando la limpiaban y
eso producía muchas caidas y accidentes.
Me encontré en
el parque del Alamillo a un abuelo jugando con sus nietos. Sentados al sol
otoñal de nuestra Sevilla, me contó que no pudo evitar las lágrimas a los
postres de la cena homenaje que le habían dado todos sus compañeros y, sobre
todo cuando uno, jubilado años antes que él, levantó la
copa y propuso un brindis: Luque tú te lo mereces.
Nota final: Luque, teniente
González, María José, Sevilla y el Parque del Alamillo, son nombres que he utilizado
para esta historia. Cualquier parecido con la realidad puede que sea una
coincidencia.
¡¡ Llevátelo a papel !!
Que bonito relato Naranjito, tan natural pero con una sensibilidad envidiable.
ResponderEliminarUn abrazo
Ya tienes un guión para un corto, ya me imaginaba un tiroteo al final, pero me gusta más tu terminación, un saludo.
ResponderEliminarsin palabras
ResponderEliminarNaranjito:
ResponderEliminarPues mira tú por dónde que me hubiese gustado que fuese verdad...
Saludos sentenciados.
Que historia tan buena, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn beso
Naranjito colega, pues te digo lo mismo que Dyhego: ojala que tu historia se hiciera más de una vez verdad.Un abrazo
ResponderEliminarGrácias Paco, para sensibilidad tu y tús fotos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mamé, es que las personas "normales" no tienen pistolas. A lo mejor hubiera cambiado la patada en los cataplines por ....
ResponderEliminarMejor ni pensarlo.
Un saludo.
Grácias Mariaeugenia. !por fin puedo responder a los comentarios! Lo lo ocupaillo que estoy.
ResponderEliminarUn abrazo.
Grácias Gatadeangora, te prometo que cuando mi asesor informático me arregle mi viejo y único ordenador, es decir, cuando mi hijo me limpie el viejo disco duro de bichos y otros virus, mis visitas a tu espacios serán mas continuas.
ResponderEliminarUn saludo.
Trianatrinidad: ¿tu tambien piensas que una patada en salva sea la parte (metafóricamente hablando)solucionaría muchos problemas?
ResponderEliminarEa, otro del club de los mosqueados.
Un saludo.
Dyhego: saludos senteciados, pero en este caso sin posibilidad de recurso.
ResponderEliminarUn abrazo.