Conté lo de reírse del último
hace poco y eso ocurrió en nuestra antigua vivienda. Pero resulta que hace unos
meses por fin pudimos mudarnos a nuestro nuevo hogar. Bueno, nuestro, casi
casi, pero dentro de ná ya será
nuestro. Ya seguiré contando detallitos pero ahora a lo importante: los
vecinos.
La primera, la vecina de al lado.
Una encantadora señora mayor, atenta, dispuesta a ayudarte en todo, y con una
educación exquisita. Cuando los albañiles estaba reformándonos la cocina, se
prestaba a facilitarles a los distinguidos alarifes, botellas de agua fresquita
con la que mitigar la caló que
pasaban los pobrecitos. Cuando nos presentamos a ella, la invitamos a ver
nuestro piso. Todo patas arriba, claro, azulejos, morteros, escayolas y esos
elementos constructivos que sufrimos en nuestras carnes. ¡Qué jartura de obra! Aproveche ese momento
para consultarle una duda:
-Vecina, en nuestro anterior
bloque teníamos una costumbre que era que cuando nos encontrábamos en nuestro
tendero del ojopatio una prenda de
otro vecino, la dejábamos en el portal para que el propietario o propietaria la
recogiera. Es que mire usted lo que tenemos enganchado a los cordeles –le
comenté mientras la invitaba a pasar al lavadero.
-Ah, sí, esas bragas son de
(nombre de la vecina de arriba, lo omito por preservar la intimidad y porque no
me acuerdo).
-Joé, ¿a que bloque nos hemos
mudados –contesté arrepintiéndome de la ironía que iba diciendo- que se conocen
la ropa íntima de los vecinos?
-¡No! –Contestó ella con risa
nerviosa- es que fuimos al mercaillo
las dos juntas y las compramos de oferta. Es que somos como hermanas y
aprovechamos el 3 x 2.
Nada, aclarado lo de la ropa
íntima, ahora el vigilante de la obra. Cuando los albañiles estaban enfrascados
en su menesteres, ¡qué jartura de
obra!, se acercó otro vecino interesado. Los trabajadores estaban liados con la
cocina como he dicho, ya que el cuarto de baño estaba reformado desde hacía un
mes. De pasada diré que el baño tiene un espejo fulhachedé cuatroka de 57 pulgadas, que para las féminas de la casa
en una virguería pero a mí me golpea todos los días devolviéndome mi cara así
como de sopetón. ¡Toma ya! ¡Qué te afeites so flojo!
Mi vecino, jubilado como la
mayoría de los moradores, la media de edad
es proporcional al número de nietos que tienen, llamó a la puerta y, muy amablemente, les
dijo:
-Verán, es que los albañiles que
hicieron la reforma anterior, se dejaron sin repellar los laterales de la
ventana del cuarto de baño que da al ojopatio.
A ver sin antes que ustedes terminen pueden enfoscarla un poquito para que esta
familia tenga la ventana como Dios manda. Con una lechada suavita eso queda de lujo y…
Más o menos fue lo que les
dijo, porque supieron resumirme el
coloquio que les dio durante más de veinte minutos.
Pero el mejor es el presidente de
la comunidad, jubilado, claro. Creo que es presidente perpetuo y nadie quiere
elegir a otro. De reuniones de comunidad ná
de ná. Cuando se tiene que decidir sobre algo importante, como ahora que se
va a cambiar el suelo y las paredes del portal de entrada, hace una encuesta.
Con caligrafía de colegio de
curas, refleja todos los datos. Varios presupuestos, estado de cuentas, posible
subida de cuotas, y, al final, dos cuadraitos
para que tu reflejes la opción que elijas. O un sí o un no. El resultado de la
encuesta lo publica en el oportuno tablón de anuncios. Enga, todos contentos y sin perder el tiempo en discusiones
absurdas.
Claro que queda escoger los
paramentos verticales y horizontales del portal. Nada, como este buen hombre
tiene tiempo de sobra, monta una pequeña exposición en uno de los cuartillos
comunitarios con los distintos pavimentos que se ha buscado. Conforme va viendo
a los habitantes del bloque les invita a que escojan cual es el que más le
gusta. En una lista apunta los elegidos por cada uno. Al final salió escogido
el terrazo marcado con el número cuatro. Eso me he encontrado este medio día
cuando llegué del curro.
Nada, que tengo un presidente que
gobierna a distancia, que nos ahorra horas y horas de discusiones absurdas y
que lo tienes dispuesto casi veinticuatro horas.
La cosa promete, hay más
historias, pero como dice la canción, poquito a poco.