A Hilario todo el mundo lo conocía en el pueblo por el Cabrero, así, con mayúsculas. A pesar de que había otros cabreros, él era especial. O, por los menos lo eran sus cabras. Una reducida piara de chivas endémicas de la zona. La Diputación se encargaba de mantener esta rara especie para que las futuras generaciones pudieran verlas en su habitat natural, cosas de los nuevos ecologistas, decían los lugareños. Y como buenos naturalistas, las criaban en el campo, nada de corrales modernos ni de naves acondicionadas. En plena naturaleza, en invierno y en verano, en otoño y en primavera. Para eso estaba Hilario. Todos los días en el campo. Frío, calor, viento, lluvia, siempre estaba él. Vivía en un pequeño cortijo, sin luz ni agua corriente, pero feliz entre sus animales. Cincuentón, alto como los espárragos que recogía, no se le conocía que hubiera tenido mujer, ni siquiera una novia en sus años mozos. Su cuñado se ocupaba de facilitarle comida y enseres para hacerle la vida más cómoda. No en vano, él era el que le buscó el trabajo, ya que era funcionario de la Agencia de Medio Ambiente.
Al pueblo le gustaba bajar poco. Alguna que otra visita al bar para tomarse sus botellines de cerveza y sus copitas de ligaitos, pero a la capital le encantaba ir. Acompañado de su cuñado, visitaba a sus jefes y les informaba personalmente de la marcha del rebaño. Y sobre todo le gustaba montarse en los autobuses urbanos en hora punta. Hilario, le decía el marido de su hermana, te gusta más un roce que a un chapista. Con lo que más disfrutaba eran con los escaparates, en especial el de Woman Secret. Con diferencia, el mejor de todos los que había en el centro. Se quedaba embobado mirando las prendas que mostraba para deleite de sus ojos.
Un año tuvo unas habitantes especiales en la sierra. El trabajo en el verdeo de la aceituna no lo querían los jornaleros habituales, preferían la construcción que les aportaba más emolumentos a final de mes. La cooperativa agrícola había contratado trabajadoras de los países del este. Todas rubias y con ojos claros. Todas con pantalones vaqueros bien rellenitos y con camisas convenientemente desabrochadas. Pero había una que lo traía por la calle de la Amargura, o por la calle de la Calentura como a él le gustaba decir. Se pasaba las horas rondando la cuadrilla de trabajadoras, junto con su cabras, sus perros y su inseparable gorro de paja. Les decía cosas y ellas se destornillaban de risa. Y él feliz, como sus chotas encima de los riscos. Siempre se acercaba a la misma. Todos los días. Ella reía con sus ocurrencias y él veía en su sonrisa y en sus nacarados dientes, la futura compañera de su soledad. No entendía su idioma pero sus palabras le sonaban a música. Mirosuc de capra se amesteca in mine curaj, repetía ella a menudo. Capra, capra, mucha capra, contestaba él.
Se acabó la temporada, la recolección de las aceitunas se terminó y las doradas mujeres se marcharon a seguir con su trabajo en un pueblo de la costa. Allí los frutos ya esperaban para que manos hábiles y suaves las arrebataran de sus matas.
Un año estuvo el Cabrero esperando. Un año aguardando ver de nuevo aquellos ojos celestes. Esta vez se atrevería a proponerle salir a pasear por el pueblo. Esta vez le cogería de la mano, vestiría con su mejor traje, se afeitaría y peinaría con esmero. Esta vez pondría en práctica todo lo que decían en los programas de radio nocturnos que escuchaba en la soledad de la noche.
Pero su rubia no vino ese año. Preguntó al encargado por ella. Solo falta Alina la rumana, le contestó el manijero, es que el año pasado, después de aquí estuvo en Moguer cogiendo fresas. Conoció a un pescador de Lepe que se divorció de su mujer y se casó con ella.
Hilario sigue solo en el monte con sus animales y, según su cuñado, un poco más triste. Recordando las risas y las palabras de aquella rumana. Sobre todo recordaba una frase que nunca supo interpretar:
Î mi place mirosul de peşte
¡¡ Llevátelo a papel !!
Se le adelantaron.
ResponderEliminarPor eso no conviene dejar para mañana etcétera...
Saludos mañaneros.
¡Pobre Hilario! Es cierto, como dice Dyhego, que no conviene dejar pasar la oportunidad, pero si el pobre Cabrero no había tenido nunca una mujer, supongo que no sabía cómo encarar a la primera que le movió la estantería...
ResponderEliminarUn beso grande, Naranjito. Me encantan tus historias.
las oportundiades hay que cogerlas al vuelo.. que luego no vuelven
ResponderEliminarComo has contado la historia parece que conoces a Hilario, los trenes se cogen o no, pero siempre prefiero arrepentirme de los que hice que de lo que no, un saludo.
ResponderEliminarDyhego, el Cabrero a la próxima rumana que se le ponga a tiro seguro que le entra. Ojo, con buenas intenciones.
ResponderEliminarUn abrazo.
Liliana, seguro que se informa adecuadammente para la próxima ocasión.
ResponderEliminarUn beso mi querdida Dama.
Maria Eugenia, eso mismo hizo Alina. A la primera oportunidad pilló al pescador.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mamé, seguramente Hilario no se arrepintió. Y me han dicho que sigue buscando. La próxima campaña agrícola ¿de que es?.
ResponderEliminarUn abrazo.