La de una madre cuando no quiere ver que sus hijos están creciendo. La del bebé cuando nota de nuevo el latido que lo ha acunado durante nueve meses. La de una niña que se está convirtiendo en mujer y siente un escalofrío cuando se cruza con ese chico que apenas le hecha cuenta. La de los amantes que se hablan en silencio. La de ella cuando te espera cada día como si fuera el primero de una vida en común. La del hijo cuando se convierte en fiel acompañante de su padre en el camino de la vida. La del amigo de verdad al que no necesitas pedirle nada para que te lo dé todo. La de ese desconocido que te saluda a las siete de la mañana con un simple buenos días y te reconforta después de una larga noche de trabajo. La de una mujer observándote detrás de una celosía y hace que tu corazón brinque como si tuvieras quince años.
Todas tienen algo. Todas expresan sentimientos: ternura, amor, rubor, pasión, cariño, complicidad, amistad, lealtad, bondad, ilusión, …
Siempre me ha gustado mirar a los ojos cuando hablo con una persona, será por eso que creo leer en ellos el mensaje que trasmiten. Pero hacía días que no conseguía interpretar, ni siquiera sentir, una mirada especial. Llevaba diecisiete jornadas igual, inmutable. Furtivamente observaba esos misteriosos ojos tratando de descifrar sus intenciones, sus pensamientos.
Sin embrago esta tarde noté algo especial, al menos a mí me lo pareció. Al principio creí intuir una mirada de celos, pero no era envidia precisamente lo que me trasmitía.
Ocurrió cuando mi hija les daba de comer. Ella es la que se encarga de criarlos; de limpiar su transparente habitación; de fijar sus horas de descanso y sus horas de actividad; de que crezcan sanos; de controlarles la temperatura, la intensidad de la luz que los ayuda a mantenerse activos.
Pero allí estaban esos ojos. No apartaban la mirada de lo que mi hija estaba haciendo. Ni siquiera cuando esta grababa con el móvil para mostrarles a sus amigas la evolución de los pequeños.
Precisamente esta tarde, hace diecisiete días que le regalaron a mi princesa, una pareja de peces de agua dulce que ella se encarga de cuidar en un acuario.
El Quillo, ese gato callejero que nos adoptó cuanto tenía cinco días de vida, sigue hipnotizado con las burbujas que producen el oxigenador del agua, el ruido de la bomba depuradora y los movimientos de los pequeños peces rojos.
Esta vez me miró de reojo. Y esta vez sí supe interpretar la mirada del felino:
-Tranquilo Naranjito, me decía, ya crecerán, que a todo cerdo le llega su San Martín.
¡¡ Llevátelo a papel !!
En casa hay un gato, farruquito, y un canario, claudio, y son amigos: lo juro.
ResponderEliminarEl canario está en el patio, con su jaula colgada de una maceta grandísima, que tiene mi mujer delante de la ventana del cuarto de baño para darle intimidad.
Pues es curioso ver al gato echado en el dintel de la ventana y el cabrón del pájaro piándole y haciéndole fiesta.
Al final quillo, se hace amigo de ellos, ya verás.
Un abrazo
Si el quillo anda pensando en comerse al pez, que piense que quizás haya un perro que le haya echado el ojo...
ResponderEliminarSaludos bien mirados.
La vida está llena de miradas, unas de amor y otras de odio, mala combinación peces y gatos, de todas formas vigila a Quillo, o la pareja de peces pueden ir al cielo de los peces... un saludo de reojo...
ResponderEliminar¡¡Que peligro tiene ese lindo gatito!!...Yo que tu le vigilaba muy de cerca.
ResponderEliminarBesos
Que preciosa entrada, cuánto tengo que aprender...Naranjito un abrazo y me pasaré yo también por tu mundo de palabras...me ha encantado y como dice Miarma, seguro que se hacen amigos, un beso de la gordi.
ResponderEliminarDante, mi gato, se la pasa acostado sobre la pecera. Así como lo has escuchado, Naranjito, también mi hija tiene dos pececitos y ellos estánm encantados en su confortante habitáculo que por encima tiene una tapa con luz. Es allí donde Dante tiene su pedestal, pero no echa ni una mirada a los peces, creo que le parecerán poca cosa, jajajajaja
ResponderEliminarSí, hay miradas y miradas, Dante conoce la mía cuando lo corro a toda carrera por abrir la nevera y servirse "nuestra" comida :)
Besazos.
buena frase final.
ResponderEliminarPd: Te invito a que visites mi blog de cine, ahí también publico cuentos míos.
"Por una mirada un mundo...".
ResponderEliminarUn abrazo.
¿Se los comió?
ResponderEliminarNo creo, hasta los gatos gastan bromas.
Sino mira Sivestre con el Canario.
Saludos, manolo
Fali miarma, lo bueno es que el gato, a estas alturas, ya pasa olimpicamente de los peces.
ResponderEliminarUn saludo.
Dyhego el día que yo tenga mi mastín, se va a enterear el Quillo.
ResponderEliminarUn saludo.
Vale, tocayo lo tendré en cuenta.
ResponderEliminarUn saludo.
Grácias Mamé, como le he dicho a Dyhego, el felino no le hecha cuenta, ahora solo quiere abrigarse que pase el frío.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gatadeangora, viniendo de ti el aviso lo tendré en cuenta ;)
ResponderEliminarUn saludo gatuno.
Grácias Rosa aquí tienes la bodeguita para lo que quieras. Un beso y a por el objetivo.
ResponderEliminarLiliana, buen nombre para un gato. El de mi mujer tambien conoce mi mirada cuando lo descubro sentado en "mi" silla. Pero sigue pasando de un servidor.
ResponderEliminarUn beso.
Grácias David, me pasaré por tus páginas.
ResponderEliminarUn estrechón de manos.
Tortuguilla, grácias por tu mirada, eso si que es un mundo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Manolo, !con el corage que me daba el Piolín! !El pobre Silvestre!. Con lo poco que le gusta el agua al Quillo, los peces estan seguros entre sus cuatro cristales.
ResponderEliminarUn abrazo compañero.