—Hoy tenemos que estar rápidos que se esperan muchos
clientes. Empieza el puente y la gente tiene ganas de playa.
Antonio llevaba muchos
años trabajando con su jefe en la cafetería de la estación y estaba
acostumbrado a lidiar con multitudes que trasegaban a diario por el local. A
esa hora de la mañana solo estaban desayunando maquinistas, limpiadoras,
revisores y algún que otro trasnochado con pinta de haber dormido poco o nada.
Un hombre alto, bien peinado, vestido informal pero elegante,
con una pequeña mochila colgada al hombro, entró en el local. Antes de que
mediara palabra ya estaba Antonio pendiente de atenderlo.
—Caballero, buenos días ¿un cafelito con leche?
—Venga —respondió el señor de la mochila.
—De comer ¿le preparo una tostaita?
—Vale.
—¿Qué le pone?
—Yo suelo tomármela con mantequilla.
—Eso está hecho.
Mientras degustaba el desayuno, el hombre de la mochila se
entretuvo en ojear un periódico que estaba encima del mostrador y que momentos
antes había dejado un guardagujas. Una vez terminado de leer todos los
titulares, recogió la mochila que había dejado en un taburete, se la colgó al
hombro y se encaminó hacia la puerta.
Antes de salir al andén, escuchó la voz de Antonio.
—Caballero, no me ha abonado la consumición.
—¿Qué consumición le tengo que abonar?
—Pues el café y la tostada con mantequilla.
—A ver, yo he entrado en el bar buscado a un compañero que
por cierto no está. Usted me ha preguntado que si quería café a lo que yo le he
dicho que venga. Después me ha dicho que
si quería una tostada con mantequilla y yo le he contestado que vale. ¿Me puede
decir que es lo que le he pedido? Creo que nada. Caballero, que pase usted un
buen día, adiós.
Antonio notó como un calor le subía desde lo más dentro y se
le quedaba en las mejillas dando un exagerado tono rojo chillón a los mofletes.
Se giró para buscar la ayuda de su jefe y se lo encontró junto a la puerta de
la cocina, doblado, con las manos en la barriga, con lágrimas en los ojos y
riéndose a más no poder.
Historia cien por cien real ocurrida en la antigua estación
de Cádiz o de San Bernardo. Desde aquél día, Antonio, después de un cordial
saludo, siempre dice eso de.
—¿Qué va a pedir?
Las estaciones de tren dan para muchas historias. Gracias
Ester por hacer de musa.
el camarero fue demasiado 'proactivo'. al preguntarle directamente "un café?" y "una tostada?", era más un ofrecimiento que una invitación a que el cliente indicara qué iba a pedir. hay que tener cuidado con las matices del lenguaje!! ;)
ResponderEliminarLo mejor es esperar a ver que dice el otro. Y en las cafeterías, más.
EliminarQué recuerdo me trae San Bernardo...!!
ResponderEliminarY a mí. Sobre todo los viernes cuando llegaba de Cádiz de cumplir con mis obligaciones con la Armada.
Eliminar¿Qué deseaba, señor?
ResponderEliminarDeseo tomar un café.
Al instante lo tiene “usté”
encima del mostrador.
¡Camarero! por favor:
El café, ¿quiere cambiarme?
pues me apetece tomarme
una copa de licor…
Cuestan lo mismo ambas cosas
así que a mi me es igual,
yo le preparo un coñac
y a otra cosa, mariposa.
¡Quede con Dios!, camarero.
¡Muy buenas tardes!, señor;
pero escuche, por favor;
no me ha entregado el dinero.
¡Nada le debo yo!
¿Cómo que no? ¿Y el coñac?
Me lo acaba de cambiar
por el café que quitó.
¡Pero no pagó el café…
que dice que le he quitado!
Si tampoco lo he tomado,
¿Por qué me reclama “usté”?
Lo publiqué en marzo ya ves que hay cierta similitud, te ha quedado genial y el detalle del dueño muerto de risa ha sido guay, gracias por decir que hago de musa, con ser amiga me siento contenta. Abrazucos
Que otra cosa iba a hacer que no fuera reírse. A mi me hacen lo del café y el coñac y seguro que encima le pongo una tostada. Un liante con clase.
EliminarAbrazos, amiga.
Los hijos de puta simpáticos no dejan de ser hijos de puta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno, peor los que son unos siesos y saboríos.
EliminarAbrazos.
¡Hola, Naranjito!
ResponderEliminarSiempre hay uno como el de la mochila haciéndose el desentendido. Jijiji.
Me voy a corriendo a prepararme un café y mis tostadas con mantequilla, ya me hiciste provocar con tu divertido relato.
Un abrazo.
Ya van quedando menos, pero hay gente con arte hasta para gorronear.
EliminarAbrazos.
No sabía que había sido una historia real... mira que lo he oído muchas veces, pero pensaba que era un chiste... Os habéis puesto de acuerdo Ester y tú hoy para hacernos la mañana divertida!!
ResponderEliminarEstación de San Bernardo antes de la Expo. Después se mudaron a una cafetería en un edificio de oficinas. Antonio y su jefe se jubilaron hace un par de años después de toda una vida juntos.
EliminarQué poca vergüenza. Un beso
ResponderEliminarY mucha cara dura.
EliminarBesos.
Jajaja. Hay que tener cuidado en cómo preguntar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y medir muy mucho las palabras y más en un sitio con tanto trasiego.
EliminarAbrazos.
Esa manera de atender al cliente es muy habitual, sobre todo si es ya conocido. Pero si entra un listillo, caradura y guasón, puede ocurrir que desayune gratis, porque ya sabes que somos el país de la picaresca.
ResponderEliminarMe has hecho reír una vez más, amigo.
Kisses for you,
La picaresca la llevamos en los genes. Muchos años usándola, antes para sobrevivir y ahora para ir de espabilado por la vida.
EliminarBesos.
Una historia curiosa, en esas cafeterías de tanto trasiego tienen que ocurrir cosas de todo tipo, también los que se van corriendo sin pagar porque pierden el tren.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ahora lo han solucionado cobrándonte por adelantado. Y en el aeropuerto no veas los precios.
EliminarAbrazos.
Me has recordado lo de ¿que le pongo al señor?
ResponderEliminar.- Al señor un par de velas, a mi una caña de cerveza.
Un abrazo.
Esa la escucho muy a menudo, sobre todo en época de Semana Santa.
EliminarSaludos.
jajaja me has hecho sonreir
ResponderEliminarY yo que me alegro, se trata de pasarlo bien aunque sea por un ratito.
EliminarSaludos.
Si es que hay mucho espabilao por el mundo. Antonio aprendió la leccón.
ResponderEliminarCuídate.
Un abrazo.
Y tanto que la aprendió, no se le olvido nunca.
EliminarAbrazos y bienvenida.
jajaja Creo que conozco al de la mochila
ResponderEliminarAbrazos Naranjín!
Bueno, pero que conste que con el tiempo maduró. Poco, pero algo maduró.
EliminarAbrazos.
Espero se cubran la boca.
ResponderEliminarTodos lo días cuando salimos a la calle. Y esto va a durar bastante.
EliminarHola Naranjito, que bien lo dijiste
ResponderEliminary la verdad me hiciste reir, primera
vez que te visito y me agrada lo que
escribes.
Besitos dulces
Siby
Tómate lo que quieras que invita la casa.
EliminarUn beso.
Lo conocía como chiste, pero no sabía que había ocurrido de verdad.
ResponderEliminarSalu2, Naranjito.
Años después de esto, el jefe de Antonio se lo seguía recordando. Pero no se lo tomó a mal, simplemente se partía de risa.
EliminarUn saludo.
Aunque he llegado tarde a la publicación, tengo que decir que eso mismo me ocurrió a mi, en un bar de la Calle San Eloy.
ResponderEliminarSaludos.